Sobre la acumulación de cargos
En una situación en la que muchos buscan desesperadamente empleo, otros acumulan cargos y más cargos. Al mismo tiempo en que miles de jóvenes, con sus flamantes títulos bajo el brazo, se postulan de acá para allá en entrevistas francodirigidas, tratanto de conseguir que se les contrate por primera vez, hay septugenarios e incluso octogenarios que ocupan puestos de postín, incapaces de ceder los trastos de mandar a sus hijos o nietos o, lo que aún resulta más extrambótico, elegidos como candidatos idóneos para desempeñar ciertas funciones públicas.
En fin, cuando muchas familias carecen de los mínimos ingresos para garantizar su subsistencia y, no pocas de entre ellas, han agotado ya hace tiempo las prestaciones sociales por desempleo, muchos prejubilados y jubilados llevan desde sus cuarenta años disfrutando de una pensión estupenda que, además, les ha permitido dedicarse a alimentar sus aficiones o flotar en la economía sumergida con nuevas ambiciones y tareas.
La historia de la efectividad de los recursos humanos disponibles se escribe con muchas líneas torcidas y con tintas entrampadas. Por supuesto, estamos a favor de que todo el mundo encuentre el lugar adecuado a su formación, inteligencia y capacidades en el escenario económico. Pero no podemos estar de acuerdo con la concentración de cometidos sustanciales para la sociedad en algunos pocos -que no es cuestión de su eficacia, sino manifestación del poder que poseen ellos y su entorno-, y máxime, si estos cometidos tienen una importante repercusión social y, ya no digamos, si se les está pagando con dineros públicos.
Necesitamos gente capaz en los sitios más difíciles, que actúe sin ataduras comprometedoras y que se entregue a su trabajo con toda la capacidad posible. Nos preocupa que, por presión de los grupos de control y poder de la sociedad, desconfiados de los talentos, se recurra a las sotas, caballos y reyes de los fieles al sistema.
Isidre Fainé, nuevo presidente de la Confederación de Cajas de Ahorro españolas -desde el 20 de abril de 2010- es, sin duda, un profesional competente. Como Emilio Botín, Albert Oliart, Marcelino Oreja, Ricard Fornesa, Amancio Ortega... Podemos poner cientos de nombres. Mírese la foto de consejos de administración, patronatos de fundaciones, juntas de colegios profesionales, academias.
Casi todos los venerables que se sientan en esos lugares de decisión, obviamente por lo general bien remunerados, tienen en común el ser bastante mayores -nacidos en los años 30 del pasado siglo, e incluso antes- y acumular, al día de hoy, múltiples cargos relevantes. Algunos, desde siempre, casi desde que eran niños. Unos pocos, gestores de sus propios negocios; otros, crecidos en la administración de los negocios de terceros.
Ante la exhibición de sus currícula plagados de referencias y cometidos de complejidad tal que hubieran hecho dudar, antes de asumir uno solo de entre ellos, a cualquiera en su normal juicio, por capaz que se le pudiera considerar, cabe preguntarse de qué madera están hechos estos titanes, en dónde encuentran su tiempo, su fuerza, sus ganas. Qué es lo que hacen, en realidad.
Nos gustaría mirar por los entresijos de su existencia y, con los ojos iluminados por la claridad, adentrarnos en el misterio de lo que se mueve detrás de tanta actividad aparente, de ese cúmulo de elogios desmedidos, de la inmensa capacidad de liderazgo que se les atribuye. A estos preclaros titanes de la humanidad, de los que nuestra Historia reciente nos obsequia a millares, les preguntaríamos, mirándoles a los ojos, con la fuerza penetrante de lo coherente: Tú, ¿De qué vas?. O mejor aún, ¿Sabes a dónde te llevan? ¿Has olvidado, acaso, de dónde vienes?
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Albert -