Sobre apáticos y atípicos
Proponemos una división de la humanidad, que nadie parece haber puesto de manifiesto hasta ahora, a pesar de su evidencia, en dos categorías sicodinámicas: apáticos y atípicos. Al definir la forma de clasificación como sicodinámica, queremos indicar que se combinan en ella las características que impulsan lo síquico (inteligencia emocional, si es que se admite el concepto como mensurable) y las motrices externas (aquello que nos atrae de lo que no hemos propuesto nosotros o no controlamos)
Los primeros, el grupo, con mucho, más numeroso, se conformaría con quienes, por incapacidad, resignación o comodidad, han encajado su vida entre la inercia del día anterior y el calor gregario de la masa con la que, pro principio, quieren identificarse. Lo determinante es que, para moverse, no se preguntarán lo que les gusta a ellos, sino lo que le está gustando a la mayoría, para auparse de inmediato a compartir esa opinión.
Por supuesto, las raíces de esa actuación colectiva están en el miedo al qué dirán, a que se les distinga. Tienen pavor a que se les considere singulares. Su aparente único objetivo vital es no llamar la atención. No emitirán su opinión ante desconocidos y si se ven compelidos a hacerlo, farfullarán un tópico, vestirán de igual forma, asistirán a los mismos espectáculos (preferentemente nada complicados: el fútbol es ideal), irán de viaje a los mismos sitios.
Nuestra teoría es que la inteligencia emocional de esos individuos es prácticamente nula. Aparentemente, y como buscan sintonizar con la mayoría, se esfuerzan en detectar dónde están los otros, pero no exactamente para identificarse o criticar a los que pretenden el liderazgo, sino para buscar la protección del grupo. Una vez confortablemente instalados en el grupo, se moverán con él hacia el objetivo grupal por excelencia, que es destruir, arrinconar, marginar o matar a los atípicos.
Estos atípicos, con la carga de su singularidad, sus ganas de hacer cosas, su capacidad de crítica o de reflexión sobre lo que sucede en su alrededor, están llamados a sufrir.
Por eso, algunos desarrollan una alta inteligencia emocional, cuidando evitar la agresividad de sus formas para que no parezca tan duro su mensaje, encajando en palabras de justificación las ideas, acercándose al grupo pidiendo un poco de pan y agua para sus reflexiones. Otros, los genuinos atípicos, después de haberlo intentado un par de veces, cierran sus puertas y ventanas al exterior y mandan a tomar vientos al rebaño de apáticos.
Ni qué decir tiene que nadie se da cuenta.
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