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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los girasoles ciegos y la memoria histórica

Los girasoles ciegos es el título del libro unigénito del asturiano Alberto Méndez, convertido en película por José Manuel Cuerda, con un guión adaptado por Rafael Azcona y el propio Cuerda. La película ha sido preseleccionada para su eventual presentación al show de los Oscar americanos de este año.

La película mezcla dos de las historias del libro, fundiéndolas en una sola familia, transformando en secundario la narración del relato más conmovedor de los imaginados por Alberto Méndez: el poeta anarquista que huye con su mujer embarazada, y que escribe en su diario las emociones y temores de su peripecia, en la que pierde a las dos personas que más ama.

La Academia de Cinematografía organizó ayer, 22 de septiembre de 2008, un maratón para cinéfilos, en el que se proyectaron en secuencia las tres películas españolas preseleccionadas. Las tres tienen valores, coinciden en no ser grandes películas, pero poseen encanto suficiente como para merecer ser vistas y comentadas. Ninguna de ellas tiene, en nuestra opinión, gancho suficiente para ganar ninguno de los Oscar, cuya trayectoria va en otras direcciones.

Los girasoles ciegos es una película para españoles y, sobre todo, para quienes no han vivido la guerra civil pero han estado cerca. Trae recuerdos de una España cutre, en la que gentes mal alimentadas, pobres, miedosas, trataban de pasar desapercibidas entre los vencedores de un ideario en el que se mezclaban conceptos de Patria, pecado, virtud, buenos (católicos) y malos (comunistas). Un período desolador de la Historia de España, que convendría olvidar para siempre, si no fuera...

Si no fuera porque miles de personas fueron fusiladas por sus ideas, sin participar como contendientes en la guerra. Lo fueron en ambos bandos, desde luego. Víctimas del rencor de otro, de la envidia, del despropósito de querer borrar al antagonista, al que no piensa igual.

De entre todos los muertos, los que más pesan son, sin duda, esos cientos de miles, asesinados por los sublevados, luego vencedores, y por sus secuaces, que fueron paseados hasta las afueras de sus pueblos y enterrados a la orilla de los caminos donde les impusieron la muerte.

Los girasoles ciegos no habla exactamente de eso, pero presenta, aunque con historias inventadas o semiinventadas, algo del contexto en el que se movía la España de Franco en los primeros años de la postguerra. La novela es una magnífica obra literaria que levanta la emoción del lector, con palabras como puños.

La película es inquietante y se centra en una pasión enfermiza que genera un malentendido dramático, una tensión que conduce a la muerte al inocente y el que el culpable obtiene, sarcásticamente, el perdón. El falso perdón eterno de quien cree que el sacramento de la confesión le redimirá de su horrenda culpa, borrará la memoria histórica, de hechos que ha deformado con sus palabras.

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