Sobre la historia de Pepe el Ferreiro
La historia podría contarse como un cuento de hadas, trasgos, envidias y maleficios, sino fuera porque está pasando en este momento y tiene todas las características de verosimilitud, salvo que se demuestre lo contrario.
Va ya para muchos años, vívía en un pueblo de Asturias, cuyo nombre era Grandas (o Grandes) de Salime, un tipo singular, con especial sensibilidad para ver el valor de lo que los demás dejaban en el olvido o tiraban a la basura cuando morían los vieyos del lugar.
Como los fíos y los nietos de aquellos que se habían dedicado a la labranza no tenían ni pajolera idea de para qué servían la mayor parte de los cachivaches que encontraban en lo que habían sido las cuadras, paneras, hórreos o cochiqueras, se abandonaban o se regalaban a quien los quisiera los mecanismos, cacharros y cachibaches que habían servido a los güelos para sacar adelante sus vidas. Con actividades que no daban el rendimiento, ni de lejos, de las pensiones y subvenciones.
Ese paisano del que escribimos tiene por nombre verdadero José Naveiras Escanlar, pero como se ganaba la vida forjando hierros, todo el mundo lo conocía y conoce como Pepe el Ferreiro.
La colección de Pepe el Ferreiro fue creciendo con el tiempo, porque cuando encontraba algún trasto singular, lo limpiaba, lo arreglaba y, si tenía que funcionar, lo ponía a trabayar otra vez, que daba gusto, ver moverse aquellas máquinas que volvían a moler el maiz y la cebada, o aquellos hornos que debían haber servido para hacer un pan de escanda de los de quitar el hipo, o esotros aparatos que tuvieron como función yuncir, rastrillar, fesoriar, arar, aventar, carretar, llindiar, escaciplar, etc.
Un día, pasaron por Grandas unos señores y señoras estudiados en Uviéu y Xixón (que antes se llamaban Oviedo y Gijón) y dijeron a Pepe que aquello que tenía en casa era de un valor incalculable y que había que darlo a conocer porque serviría para atraer a muchos turistas y, aunque Pepe se resistió, le dieron un gorro de cuidador mayor de aquellas cosas -que eran suyas, y a la nave en donde las guardaba la llamaron Museu Etnografico de las Asturias. También, como era un hombre modesto, le ofrecieron un salario y le pusieron varios jefes por encima.
Nadie se explica por qué, con el transcurrir de algunos años, un día a Pepe el Ferreiro le prohibieron el acceso a lo que había creado, argumentando que no lo estaba gestionando bien, porque no daba toda la información necesaria para rellenar las casillas de unos formularios informáticos que había que enviar a no sé dónde.
Le pidieron las llaves del museo y lo mandaron, poco más o menos, a freir espárragos, a tomar polculo, a mirar las estrellas. Eso sí, el que lo sustituyó como cuidador de la colección, le advirtió que si quería entrar al Museo a partir de ahora, tendría que pagar la entrada, como todo el mundo.
No sabemos cómo terminará el cuento. De momento, varios centenares de amigos y admiradores de Pepe han denunciado el atropello que se está haciendo con un personaje que, como el rey Midas, convirtió en una preciosidad digna de toda admiración lo que muchos consideraban que era mierda.
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