Sobre el significado de la edad de jubilación
Sigue pululando por ahí una patraña por la que se define la edad de jubilación como aquella en la que, después de una vida dedicada al trabajo, se tiene el derecho a un merecido descanso, para que el envejeciente pueda disfrutar de sus últimos años sin necesidad de dedicarse a la mejora de la productividad de la sociedad a la que ha dedicado sus mejores años.
Ahora resulta que los excedentes de la Seguridad Social, conseguidos cuando la población activa era mucho menor, se tienen que emplear en compensar las prestaciones sociales de ese sistema que, teóricamente, apela a la solidaridad entre los ciudadanos como ningún otro.
Seguramente gracias a ese sistema tan peculiar, se han podido prejubilar jóvenes de 45 o pocos años más, pertencientes a los sectores de la minería del carbón, del naval o, incluso, de empresas sobrecargadas de personal porque en otro tiempo fueron públicas, como Telefónica, o privadas que entraron en la ineficiencia de una estimación de mercado muy alegre, como muchas del autómovil, del sector metalmecánico o de la construcción.
Igualmente, por mor de esa solidaridad, un número creciente de jetas laborantes -no precisamente todos latinoamericanos, pero también- se complacieron en exprimir a tope las opciones que presentaba el combinar períodos de trabajo cotizados con otros maravillosos períodos de cobro de prestaciones de desempleo, combinados, en no pocos casos, con estupendas opciones desde la economía sumergida, que benefican tanto a empresarios sin escrúpulos fiscales como a trabajadores necesitados de mejorar su nivel de vida o incrementar sus ahorros con destino a sostener familias allende los mares.
Ahora resulta que, después de haber negado sistemáticamente que el sistema de la Seguridad Social pudiera entrar en quiebra, como habíamos vaticinado estudiosos de medio pelo (porque no hacía falta ser un lince para vaticinar hacia dónde íbamos), va a hacer falta más madera para que los que esperaban jubilarse a los 65 años a partir de mañana puedan disfrutar de su pensión.
Los nacidos desde 1948 van a tener que trabajar un poco más, cotizar un par de meses más o incluso dos años más, para obtener -obviamente- un par de meses menos de prestaciones, o los dos años de marras, porque nuestros legisladores han descubierto, así de pronto, al hacer las cuentas, que no va a haber bastante dinero para pagarles las pensiones. No tiene nada que ver con el baby boom, por supuesto -eso sucedió a partir de los 70, y esos jóvenes se jubilarán a partir de 1930, por lo menos, y, además, justamente por haber aumentado la población, lo lógico sería argumentar que habrá más cotizantes hasta entonces.
Entendemos muy bien que se sientan engañados quienes han venido cumpliendo escrupulosamente con sus obligaciones y se ven ahora sometidos a una nueva presión recaudatoria.
Especialmente lastimosa es la situación de quienes, por no tener padrinos, se han visto despedidos sin contemplaciones gracias al abaratamiento de la patada en el culo y, al no encontrar trabajo fijo, se han dado de alta como autónomos, para seguir cotizando a la espera de alcanzar la edad dorada, admitiendo asumir tareas precarias de unas empresas que se beneficiaron de las menores cotizaciones del personal más joven, pero necesitaban seguir utilizando la experiencia de los mayores a los que habían despedido.
Queda claro el significado de la edad de jubilación. Una magnitud variable al servicio de la ineficiencia de los planificadores, de la conveniencia de las empresas y de la desfachatez (propia o impulsada) de los que se aprovecharon y aprovechan de los agujeros del sistema, sin preocuparse de nada más que de obtener los mayores beneficios para sí del trabajo de los más honrados.
(Por cierto, resultan bastante incomprensibles los datos de la EPA: si hay 1,2 millones de hogares con todos sus miembros activos en paro, y aceptamos que la familia media en edad de trabajar de tales hogares se compone de 2 personas, habría 2,4 millones de desempleados de los 4,3 que constituyen el total que no tienen más ingresos que los de las prestaciones sociales.
Sería muy interesante que se divulgaran, también, el número de personas y sus edades de quienes están percibiendo esas prestaciones. Porque, o hay mucho ciudadano que vive de sus ahorros, o la economía sumergida ha crecido de forma desmedida, ya que las cifras no se corresponden con la escasa o nula conflictividad social que cabría suponer de tales descalabros en las percepciones familiares detectadas).
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albert -