Sobre marimachos y mariquitas
Con el paso del tiempo, los marimachos (rectius, las marimachos) han pasado a mejor vida. No es que ellos se murieran, por Dios, sino que a los potenciales no se les da ocasión de crecer y manifestarse en esa afición.
Porque un marimacho era una niña que jugaba al balón, se subía a los árboles y, en general, se comportaba como se creía que debían comportarse los niños. Eso sí, si no había servicio en casa (lo normal) pocas veces quedaban dispensadas de hacer la cama a sus hermanos varones, lavar los platos y ayudar en la cocina.
Su contrapunto eran los mariquitas. Como estamos todavía hablando de niños, un mariquita jugaba con muñecas, cosía trapitos y le gustaba andar haciendo de cocinitas con unos cacharros de miniatura en los que las borras de café y las hojas de los árboles eran las comiditas y el agua del grifo se transmutaba (rectius, se transustanciaba) en café, vino, o coñá, según correspondiera.
Los padres andaban a la caza de potenciales marimachos y mariquitas, porque los hijos tenían que llegar a ser, respectivamente, mujeres y hombres de provecho, como Dios y el orden establecido mandaban. "No seas marimacho" decían a las niñas cuando daban saltos sobre el sofá. "No seas mariquita" decían a los niños cuando hacían pucheros porque se habían ortigado o pinchado con una espina.
Las madres, por su parte, más perspicaces, estaban más vigilantes a los momentos en que marimachos y mariquitas presuntos decidiesen jugar a los médicos o a papá y mamá, para que las investigaciones corporales recíprocas no llegasen muy allá. Las operaciones preferidas eran las de apendicitis y el juego de papás acababa bajo un cobertor.
Cuando la mayoría de los potenciales marimachos y mariquitas crecieron, y se convertieron, respectivamente, en mujeres y hombres de probable provecho, se encontraron con que los marimachos y mariquitas eran una ficción.
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