Sobre tarambanas, garrulos y rabaneras
No será fácil que los tarambanas, con su incapacidad para acudir a los entresijos de las cosas, con su impulso natural de repicar las campanas y estar en la procesión, que no es sino preludio de la afición a andarse por los cerros de Ubeda, se fijen en las sutilezas que florecen a su alrededor. Hay que estar a las duras y a las maduras, por supuesto.
Se dice, se comenta, sin embargo, que un tarambana pudiera estar, en verdad verdadera, hecho de rabos de lagartija y que, por eso, cuando se les confía un tema importante, llegan a tener más peligro que una caja de bombas.
Con el paso a la adolesencia, estos niños tarambanas (solos o acompañados con los badulaques) corren el riesgo de convertirse, especialmente si son hembras y frecuentan las malas compañías, en pendones, si no se les ata corto.
Por eso, para darles educación adecuada, si los padres son gente de pudientes, acostumbran a meterlos de internos en colegios de religiosos, para que los aten corto. Así se evitará, en especial, que entren en contacto con garrulos y rabaneras (lo que es, generalmente, compensado con creces con el establecimiento de amistades con hijos de papá, tontos de baba, bordes, camellos, pirados y, por supuesto, listos y listas de los que se salen).
Los garrulos y rabaneras no son gente mala de por sí, pero como no han recibido educación ni de cómo coger bien la cuchara, usan un vocabulario inapropiado, que enfatizan con altos tonos, meteduras de pata y disposición, en las segundas para armarla buena.
Los genuinos garrulos y rabaneras, tienden a casarse entre ellos, por lo general, por aquello que Dios los cría y ellos se juntan. Pero su capacidad de suscitar la imitación es prácticamente infinita, llegando a causar estragos formativos entre la gente de bien, cuando por un casual se entrecruzan sus caminos.
Las ciudades están pobladas de empleados garrulos (oficinistas y funcionarios de atención al público, básicamente) y de mujeres rabaneras (hembras que quieren colarse en las filas ante el único cajero de los supermercados o cines o vecinas de escalera, por lo general).
Las rabaneras y verduleras son tan semejantes que solo se las puede diferenciar al microscopio cómico. Esta clasificación específica, sin embargo, no tiene ventaja alguna. En la antigüedad, a las niñas se les trataba de compensar su perjudicial ejemplo, en los casos más leves, con lecturas, como las de la buena Juanita, y luego Carmelín y Mujercitas.
Los niños se creía que resultaban menos susceptibles de contagio, hasta que se descubrió que también podía resultar afectados, y por ello, se les impusieron -pasados los años- las lecturas de Luiso, matrícula de Bilbao y los viajes por España de los santos hermanos Antonio y Gonzalito, huérfanos.
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