Sobre la habilidad para escurrir el bulto
Como indica el cuento, en ese suculento plato que son los huevos con chorizo, la gallina colabora y el cerdo se compromete.
El trabajo de ambos animales resulta sustancial para conseguir el sublime efecto culinario, pero hay que lamentar que el cerdo no pueda estar presente para saborear su éxito en esta faena (y en las sucesivas, mientras dure su mondongo), en tanto que la gallina seguirá siendo testigo, y los adornará con sus cacareos, de las jornadas inolvidables que proporcione a sus admiradores.
Por supuesto, la misma naturaleza de sus aportaciones hace que en el mundo vayan quedando únicamente las gallinas, que serán las únicas capaces de rentabilizar los efectos de la combinación. Quizá, en momentos de éxtasis, tengan un recuerdo para los suinos fallecidos en la batalla; después de todo, ya no son competidores.
Miramos enrededor, y encontramos que cada vez son menos los que arriesgan poner toda la carne en el asador. Contrariando su expresada voluntad de compromiso, a la hora de la verdad se contentan con aportar los adornos, y, haciendo alarde de lo mucho que les cuestan, de tarde en tarde ponen el huevo.
Eso sí, no se olvidan de cantar las victorias como si fueran todas suyas, atribuyendo los fracasos y errores a los difuntos y ausentes.
Tenemos que decir, sin embargo, que aunque nos resulte comparativamente detestable, las gallinas no son, en puridad, las que merecen reprobación. Los abyectos son quienes, después de haber presenciado el espectáculo de los esfuerzos ajenos, se comen la fritura y, para encima, se marchan sin pagar el plato roto, escurriendo el bulto como sierpes.
N.B. En la política y en la empresa, se dan claros ejemplos de cerdos y gallinas (con perdón). Pero lo que más abunda, son los que jalean, miran, no se definen ni por unos ni por otras, y esperan pacientes para alinearse raudos con las gallinas, una vez que el sacrificio -inmolación sacerdotal o suicidio- se consuma)
0 comentarios