Sobre papanatas y papamoscas
No queremos repetirnos. Papanatas y pazguatos son sinónimos y, por lo tanto, podríamos remitirnos al Comentario que ya realizamos sobre los segundos.
Ah, pero es que estos papanatas a los que nos referimos ahora son una subespecie. Cuando alguien es un papanatas no tiene remedio. Suele ser esféricamente bobalicón. Un papanatas es un pazguato irredento.
Sin embargo, cuando alguien es un papamoscas, disfruta de una condición recuperable. Su actitud es pasajera. Y, en nuestra experta opinión, no pertenece a la categoría de los papanatas, porque el papamoscas no habla, en tanto que los papanatas evidencia su condición precisamente porque habla.
"¿Qué, papando moscas?", decimos de quien se ha quedado transpuesto. Seguramente está cansado, o la conversación que se mantiene alrededor no despierta su interés. Muy probablemente, el papamoscas retornará en sí cuando le advirtamos que hemos descubierto que no su mente no está con nosotros.
En la adolescencia, se acostumbra a papar moscas cuando se piensa en el ser amado, en particular, si el sujeto de la adoración pertenece a la categoría platónica. Los papamoscas ocasionales, en los momentos de lucidez (relativa) escriben ripios, en donde manifiestan su enajenación circunstancial, para cachondeo de los que leen sus presuntos versos y -misterios de la vida- admiración del destinatario.
Por cierto, el papamoscas juvenil es monógamo potencial, y los ejercicios gramaticales en que concretan sus desvíos de atención se dedican normalmente a personas de distinto sexo (típicamente hembras). Se dan casos, que no cabe calificar de anormales, de enamoramientos papamosquianos homosexuales. En este caso, los versos suelen ser mucho mejores.
En las salas de estudio en las que las administraciones locales convierten las bibliotecas públicas, sobre todo, en épocas de exámenes, es habitual ver a multitud de estudiosos teóricos papando moscas. Ponen la cabeza encima de los tediosos apuntes o libros de texto, mientras sus mentes vagan sobre las opciones del fin de semana o el colega que está un par de filas más allá, igualmente enfrascado/a de mentirijillas sobre su montón de papeles.
Al llegar la edad madura, la propensión a convertirse en papamoscas se detecta, típicamente, en funcionarios. Por supuesto, ambas categorías no son sinónimas. No hay correspondencia tampoco entre los papamoscas juveniles y los adultos. No son un proceso evolutivo, la papamosquía surge de forma espontánea en los individuos, y la frecuencia de la aparición del fenómeno en un mismo individuo depende de circunstancias, como quedó dicho, externas.
"Tengo un trabajo tedioso, repetitivo, aburrido", es el diagnóstico que suele hacer de sí mismo el propenso a ser un papamoscas.
Hay bastantes funcionarios -un número impreciso, de todas maneras- que son bastante eficientes. Con todo, la cantidad de moscas que se papan en las sedes de las administraciones públicas es muy superior a la de las que suelen perderse en las oficinas de la empresa privada.
El problema mayor de nuestro país (hablamos de España, pero con la seguridad de que en todas partes, igual que se cuecen habas, se papan moscas) es que, como han proliferado las grandes empresas, que son una copia de la función pública, han aumentado considerablemente los papadores de moscas privados.
La consecuencia práctica es, naturalmente, que los índices de productividad han bajado por los suelos, que es donde las moscas son facílisimas de atrapar. Incluso se puede ver a algunos con palmeta, con pistolita de muelles o con la mano diestra, coleccionando dípteros, felices de ocupar su tiempo con una actividad que, bien mirado, puede ser, dicen, divertida.
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