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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre aventados y pirados

Los alocados, aventados y pirados oficiales son una cosa y los que uno se encuentra por ahí, otra bastante distinta.

Cuando oímos de alguien que "está pirado", lo que importa es de qué, o sea, porqué.

Se puede estar pirado por las motos, por las carreras de coches, por la astronomía y por la compañera de pupitre. En este caso, lo que se quiere decir es que al sujeto lo gusta tanto cualquiera de esos objetos materiales o inmateriales que se sale de lo corriente.

Puede salirse tanto de lo corriente que se compre una Ducatti de segunda mano, que se levante a las cuatro de la madrugada para seguir las evoluciones de Fernando Alonso en una pantalla o que le regale un caramelo en el recreo a Lucinda María, dos años mayor que él.

Como en todo en esta vida, hay pirados de categoría superior. Un pirado máximo puede correr borracho y después de varias noches en duermevela delante de los toros en las fiestas de San Fermín pamplonicas por el gustirrinín de salir corneado en la tele.

Otro pirado de categoría supina puede trepar por la estatua de La Cibeles en Madrid porque su equipo ha ganado la liga. Hay pirados que fallecen en el ejercicio de su piridondez, por haber calculado mal sus posibilidades o la situación de la cornisa que se les atravesó en su salto del ángel desde la escollera.

Muchas circunstancias de la vida, en fin, encuentran sus pirados particulares.

Ya advirtió Camilo José Cela, con otra intención, que el reflexivo de un verbo o el paso a las formas gerundiales cambian completamente su significado. No es lo mismo estar pirado que pirarse de un sitio sin pagar, o darse el piro con la esposa de un amigo.  

En cuanto a los aventados extraoficiales, aunque tienen múltiples concomitancias con los pirados, cabría matizar que un aventado, a diferencia del pirado, es víctima del momento. La actitud no emana de sí, sino de algo que proviene del exterior. Por eso, los aventados no son tan predecibles como los pirados.

En realidad, el aventado hace honor a su nombre. Cuando el viento o aire que provocó su singularidad, cesa, retorna a ser él mismo, para bien o para mal.

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