Sobre las malas pécoras
Una mala pécora nunca fue una mujer que dejaba descontento al que le había pagado por copular con ella, sino cualquier hembra capaz de sacar adelante sus propósitos dejando en ridículo, si le hubiera parecido conveniente, a quien se interpusiera en su camino.
Las malas pécoras tradicionales solían ser, por ello, mujeres de pelo en pecho (virtual) y, a poco que tuvieran espacio, eran las que llevaban los pantalones de la casa, y, más genéricamente, allí donde actuaran, se decía que los tenían bien puestos. Por cierto, tanto los ovarios como los cojones.
Las malas pécoras (para el que las sufría en sus carnes, después de haberlas explotado a su antojo) coincidían con mujeres que estaban hasta el gorro, y que no aguantaban ni un minuto más desplantes ni sumisiones.
Pero, como los tiempos han cambiado, las malas pécoras hoy por hoy son, fundamentalmente, hombres. Tipos normales y corrientes, casi siempre dedicados a los negocios de comprar y vender que han hecho alguna mala jugada a quien así habla de ellos. No les ha pagado la comisión, les ha levantado un cliente, ha votado en contra de la moción avalada por el partido.
En este caso, no se puede decir nada ni de pelos en pecho, ovarios, o pantalones. Otra forma de referirse a ellos, siempre por parte de los que se siente afectados, es como hijodeputa.
A las malas pécoras masculinas se les presenta como tipos retorcidos e indeseables, aunque, bien mirados, son, aunque en menor proporción que sus homónimas femeninas, buena gente. Siempre hay alguna razón para arriesgarse a que le llamen a uno mala pécora, que incluso puede ser prolegómeno a que te rompan la cara.
Porque nadie se deja putear así como así. Y, salvo en estado de extrema necesidad, y digan lo que digan, todo quisque prefiere hacer el amor con quien le hace tilín, y no con un fulano desconocido que cree que te posee porque ha pagado cuatro perras por nuestra libertad.
Que hay que aconstumbrarse a la discrepancia, vamos.
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