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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre jetas, paniaguados y pringadillos

Donde hay un jeta siempre tiene que haber varios pringados. Puede creerse que el jeta o caradura se aprovecha de los pringados, pero, en realidad, se necesitan mutuamente.

El primero alcanza su condición gracias a los segundos, desde luego. Lo que ya resulta menos comprensible es que los pringados anden a la búsqueda, consciente o inconsciente, de los jetas que los subyuguen, que los realicen en su condición humana.

Exactamente, sí, como en una relación sadomasoquista. "¡Qué malo es ser bueno!", hace decir Pérez Galdós  al maestro de Jerusa (personaje interpretado de forma inolvidable por Rafael Alonso en la excelente película homónima de Garci).

Los pringados tienen poco que ver con los paniaguados, o paniguados. Históricamente, eran quienes recibían alimento y cobijo a cambio de trabajo; la degeneración de la situación ha incorporado al significado, de forma figurada, a todos los que se benefician de otra persona. La terminología se usa, por ello, mucho, en política.

El paniaguado podría ser malinterpretado como una derivación aberrante del pringado.  Se podría suponer que, consciente de su inferioridad, ha encontrado que puede subsistir -y en aceptable condición- sin necesidad de echarse sobre las espaldas de pringado a ningún jeta.

Pues no hay tal. El paniaguado es un jeta transformado, un travestido.

Los paniaguados perfectos son una consecuencia de la selección natural de las especies y de su capacidad de adaptación al medio. Hay incluso generaciones de paniguados, gentes que han heredado su situación y, protegidos por la bonhomía, la ignorancia, la desidia y el sacrosanto respeto al statu quo (simplificando), se parapetan en sus ventajas y consiguen lo que necesitan sin haber dado un palo al agua o, al menos, muchos menos de los necesarios.

Hay otro tipo de jetas que ya no necesitan de pringados concretos, sino que se han aupado sobre la sociedad en su conjunto. Viven, en cierto modo, de la beneficencia social.

Cuando la mayoría de los mortales están con los quehaceres que les dan para el condumio, estos jetas sublimados juegan al golf o a las cartas, pasean el perro o, simplemente, vegetan, impecablemente disfrazados de gentilhombres. Cuando algún paniaguado, jeta de menor grado, o cualquier gente de bien se les acerca, le largan una lección sobre lo que convendría hacer para cambiar el mundo y lo mal que va todo.

Porque lo único que les queda por hacer en la vida para acabar de realizarse es demostrar que los demás son unos pringadillos, que ya ni siquiera conocen a sus jetas, y, como burro en la noria, la hacen girar a cambio de cobijo y sustento.

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