Sobre los riesgos de confundir el tocino con la velocidad
Hace falta ser verdaderamente descuidado para confundir el tocino con la velocidad (o al revés), pero, al parecer de algunos, no falta quien cae en ese craso error. Incluso hay verdaderos desgraciados, cuya torpe visión les lleva a confundir el culo con las témporas.
Otras confusiones sonoras son las de la gimnasia con la magnesia (habrá que imaginar que, en este caso, el error es gramatical, y se nos antoja que menos grave que confundir el ahí con el hay o la varanda con la barandilla).
Los que creen que les van a dar gato por liebre, nos da la impresión, que por lo general, ya se han comido el marrón. Al contrario sucede que aquellos a quienes se las quieren dar con queso, porque, además de no parecernos tan grave, resulta que los que tal denuncian andan muy moscas y, por tanto, prevenidos.
De todo hay en la viña del Señor, y mientras unos se resisten como cosacos y como condenados, están quienes, sin necesidad de que les doren la píldora ni se la unten con vaselina, comulgan con ruedas de molino (lo que parecería, en circunstancias normales, incluso desproporcionado para Pantagruel).
Voltaire trató de emular la riqueza del lenguaje castellano, mofándose de quienes llegan a: "prendre de vessies pour des laternes", que ya son ganas, porque, en caso de necesidad, las vegijas y las linternas dan buen fuego. Lo que es de máxima dificultad es distinguir las churras de las merinas o los galgos de los podencos, porque, incluso siendo especialista en el ganado ovino o en las razas perrunas, se pueden cometer errores en esas lides.
Hay que andar con tiento. Cada vez son más los que, abusando de la buena fe o tomando al prójimo por el pito del sereno -que era pequeño, pero sonoro-, hacen de capas, sayos, y se meten en camisa de once varas con la intención de alzarse con el santo y la peana, dejándonos compuestos y sin novia.
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