Sobre el atractivo anaquel donde se guardan los ídolos rotos y caídos
Habrá más, pero desde la perspectiva del suave encanto de la burguesía con base socializante española, hay, con ventaja sobre otros, dos líderes caídos que siguen despertando interés. Se les invita a dar conferencias y opinan con conocimiento de concausas y una lejanía, a la vez, melancólica y agria respecto a los asuntos de la política diaria, dando a entender que no se cortan un pelo, aunque a la hora de soltarse la melena, se advierte que llevan redecilla.
Nos referimos a Bill Clinton y a Felipe González, ex Presidentes, respectivamente, de Estados Unidos y España. No será necesario, para muchos, recordar las circunstancias por las que tuvieron que irse del poder efectivo por la puerta pequeña, pero como la memoria es esquiva, vengan un par de pinceladas.
El uno, se fue envuelto en las llamas de un proceso vergonzoso en el que fue tratado de obseso sexual y perjuro, con toda la caballería rusticana -perdón, republicana- tras de él: una palabra, obscena en todos los idiomas, le persiguió durante meses: impeachment (impíchment en otras lenguas).
El otro, después de haber opositado para el lugar de mejor presidente de la democracia, fue despedido contra la pared de la historia, por un vendaval en el que fue presentado como una mezcla abominable de corrupto, incompetente y falsario y algunos de sus estrechos colaboradores compartieron días con delincuentes en campos de rehabilitación.
Ambos se aprecian. Bill Clinton piensa de Felipe González que es un "gran tipo" (EP, 23 mayo 2009). Del atractivo personal del hoy secretario de estado consorte, da muestra su capacidad para llenar un aula con casi 1.000 plazas en la Universidad Europea, un invento feliz dirigido por Agueda Benito, en esa ciudad culturalmente anodina que es Madrid.
Clinton, en un lenguaje políticamente correcto, dijo unos cuantos lugares comunes sobre la crisis, Estados Unidos y el mundo, con unos cuantos mensajes para los jóvenes, para la generación del "cómo". Que también podría ser llamada la generación del "para qué", o del "con qué", o incluso del "hacia dónde".
González, por su parte, tampoco se priva de dar opiniones sobre políticos en activo, aunque sean -o especialmente, si son- compañeros de partido. Creyendo, seguramente, que las doctrinas del otro conferenciante en activo, y este en inglés, Mr. Aznar, se desprestigian solas, acostumbra a opinar del gobierno de Zapatero. Ultimamente asevera que "le exaspera la escasez de las medidas" adoptadas para tratar de resolver la crisis, y, también "su lentitud" en implantar las pocas que se le ocurren.
En fin, hay un atractivo anaquel en donde se guardan ídolos rotos y caídos. Se les ha tumbado de un manotazo cuando estaban haciendo las cosas razonablemente bien y ahora, recompuestos los trozos con pegamento y con la pintura desvaída, se les pone sobre la mesa de vez en cuando, para recordar nostálgicamente cómo eran otros tiempos.
La operación de rescatar juguetes rotos tiene más proyección, según se constata, si se realiza después de comer unos huevos rotos con patatas cuadradillo, por ejemplo, en Casa Lucio. A Bill le entusiasma, y también a Jorge Valdano, Plácido Arango, Alejandro de la Joya, Rafael del Pino y Martín Varsavsky, entre otros. No importa que algunos tengan su propia cadena de restaurantes o asimilables.
No será fácil aparcar el coche, y los huevos resultan siempre ser -los de Lucio y hasta los del Lucero del Alba- algo indigestos, pero el momento de saludar a los curiosos con el brazo en alto da bien en las fotografías y la gente de Lucio sabe cómo despejar de coches la calle casi peatonal.
Con esta combinación, los poderes fácticos sombríos, pueden reunirse con los líderes caídos, ya desprovistos de espolón, y dejar que lancen algún mensaje a los que están en el poder actualmente. Se interpretará que están subrayando con tinta simpática lo que dicen esos expertos, sin miedo a que les tilden de contrarios. Si fuera necesario, podrán manifestar su desacuerdo; no vaya a ser.
La operación no es barata (en el caso de Bill, unos 300.000 euros), pero merece la pena, is worth while (is uórz juáil, en otras lenguas). Que aproveche a todos, pues.
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