Sobre la postura del dimisionario
(Advertencia para lecturas transversales: Nos referimos en este Comentario a los que han dimitido; su posición no tiene, por tanto, nada que ver, o muy poco, con la llamada postura del misionero, que es aquella en la que dos personas, del sexo opuesto, se ven la cara mientras andan en sus intimidades).
Los dimisionarios son especie humana que, como todo, tiene sus épocas. Las de crisis son especialmente aptas para que florezcan. Pero será necesario hacer una clasificación de las aptitudes que mueven a quien, hasta entonces, ostentaba una posición de poder, para bajarse del pedestal, voluntariamente.
El dimisionario más común es el que entiende que está perdiendo el tiempo sin obtener beneficio alguno, manteniendo el gorro de capitán o el peso de la púrpura. Suele darse esta situación en los que están al cargo de instituciones benéficas, organizaciones sin ánimo de lucro, asociaciones profesionales, etc. Un día de insomnio se levantan con el otro pié y razonan: "¿Qué hago allí?". Y dimiten.
A partir de entonces, suelen disfrutar de mejores sueños, y sus antiguos comilitones empiezan a criticarles libremente. "Era, en el fondo, inoperante". "Demasiado ambicioso". "La mayoría de sus propuestas eran inviables". El sustituto lo promete hacer mejor, recibe atenciones especiales ab initio, acaba captando las mismas indolencias que su predecesor y, si no se acomoda al paso, llega el día en que su propio caballo le tira al suelo de la desilusión.
Otros dimisionarios son, desde luego, los que se ven obligados a hacerlo a su pesar, y, barruntando cielo oscuro, se adelantan al momento en que tendrían que ser cesados. En política se da muchísimo esta suerte y, en especial, en tiempos revueltos. Cuando el cerco de una investigación se aprieta sobre un cuello, lo más aconsejable para el que que nota la soga, es dimitir, para "poder defenderse adecuadamente",. Es decir, para tratar de que los perseguidores aflojen la tensión y, entendiendo que ya se está falto de poder y, por tanto, de interés, le dejen a uno en paz.
Hay otros tipos de dimisionarios, siendo los dos anteriores, los comunes. Se puede dimitir para llamar la atención del personal, y salir robustecido con las peticiones de que te quedes. Es el caso del falso dimisionario, o dimisionario in pectore.
Hay que dimite de un puesto inexistente, casi desconocido o puesto solo en su imaginación, y, por tanto, que casi nadie sabía que ostentaba. Cuando dimiten, la gente se pregunta: "Pero éste, ¿qué hacía?" "¡Ah! ¿Fulanito, era tal cosa? ¡Primera noticia!". Si el puesto del dimisionario estaba bien remunerado son, sin duda, los galardones más apetecibles; por eso, no suelen salir al mercado de los méritos.
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