Sobre el mercado laboral y sus imperfecciones
Va España camino del 20% de paro en su población con necesidad de trabajar, porque la crisis económica reduce actividades que suponen despidos y planes de regulación de empleo y presiona sobre la productividad de los que conservan su puesto de trabajo.
La Confederación de empresarios lo tiene, como otras veces, claro: hay que abaratar el despido (o sea, reducir el número de días salariales de compensación por año trabajado, actualmente en 45 días, si el despido es improcedente, lo que las empresas suelen reconocer por la mano) y un mayor control público sobre el absentismo (es decir, vigilar el coladero que suponen las bajas médicas laborales, en la mayoría de las cuales, el propio trabajador parece decidir sobre sus razones para pirarse del curro una temporada).
Los sindicatos tampoco modifican su opinión, porque no es cosa de cambiarla: los trabajadores no son los causantes de la crisis (o sea, el factor trabajo es un elemento neutro ante las veleidades económicas) y las empresas han obtenido pingües beneficios en las épocas de bonanza que no han reinvertido (es decir, el empresario utiliza la actividad empresarial para volatilizar en vino y rosas las plusvalías).
No vamos a pretender ahora escribir un tratado sobre las imperfecciones del mercado laboral, pero será tal vez interesante para nuestros lectores recordar algunas cuestiones.
La primera, que casi todo el mundo quiere trabajar, porque lo necesita para vivir, y quiere hacerlo de la manera mejor posible. Es decir, que la oferta se rige por una necesidad vital y sociológica, en la que las condiciones no son impuestas por los trabajadores, sino por la combinación de ambiente socio-económico y ambición personal de la mayoría para disfrutar personalmente, con la propia familia y amigos, de esas condiciones exteriores. Trabajamos, porque no tenemos rentas familiares y porque deseamos tener nuestra parcela de bienestar.
Los inmigrantes, están aquí porque obtienen mejor rendimiento a su trabajo que en sus países de origen, y, además, como advierten que se vive mejor, quieren traer a sus familias. Los parados reducen su capacidad de bienestar a límites de grave tensión cuando no pueden compensar la caída de rentas con la disminución de bienestar. Los trabajadores autóctonos defienden la solidaridad del mundo del trabajo en tanto que los que extranjeros no les disputen los puestos laborales a los que ellos mismos opten. Etc
La segunda, es que el ser humano es vago por naturaleza, tendiendo al mínimo esfuerzo si le faltan estímulos exteriores. El estímulo más civilizado es el salario y la esperanza de conseguir que sea lo mayor posible, procurando que afecte poco, nada o negativamente, al sudor de la propia frente. Otro estímulo es el palo, que no suele tener efecto salvo en las dictaduras o en las situaciones de extrema penuria personal. También se prueba en ocasiones el estímulo de la caricia -mental o física- con resultados erráticos.
Salvo en escasos individuos, el comportamiento innato de la especie humana en cuanto al trabajo, se traduce en escurrir el bulto a la primera ocasión. Como resultado, baja la productividad y se carga a los primeros, los más responsables o activos, con una parte de las tareas de sus colegas remolones; y como los convenios colectivos no suelen distinguir de productividades personales, se producen bolsas de adicional descontento permanente que causan la movilidad de los mejores hacia los nuevos proyectos (y la concentración de los menos productivos en las empresas más antañonas).
El ministro de industria español, Miguel Sebastián, propone que, para conservar puestos de trabajo, se consuman productos españoles. Y calcula, como buen economista, que si cada familia española incrementa en 150 euros anuales sus compras en productos propios (Buy made in Spain), como somos unos 10 millones de entidades de consumo, pondríamos 1.500 millones de euros más en nuestro pib interno, que, traducido en puestos de trabajo (salario medio anual de 12.000 euros) nos permitiría conservar o crear 120.000 lugares en el mercado laboral. Voilá.
No sabemos dónde ha perfeccionado sus conocimientos socioeconómicos el ministro, pero la propuesta nos parece más propia de una charla de café entre sindicalistas con copa de anís del mono que de un licenciado en Harvard. Parece más bien una provocación dirigida al ministro de Trabajo, para que proponga que, para conservar los puestos de trabajo, se creen más industrias españolas.
Pero, puestos a sugerir opciones, se nos ha ocurrido que podría plantearse que un 15% del trabajo que realizan los robots y automatismos fuese realizado, mientras dure la crisis, por seres humanos.
O que todas las empresas que hayan obtenido beneficios en los últimos 5 años, sean obligadas a aumentar un 5% sus plantillas.
O que se redujeran un 10% todos los ingresos bancarios por apuntes y actividades inextricables de las entidades financieras y se destinaran a crear fondos para emplear a trabajadores con servicios a la comundidad.
Los empleados extra podrían ser quienes amonestaran y multaran a quienes contaminan; eliminaran grafitis y afearan la conducta de los grafiteros,;corrigieran ubicaciones dañinas para el tránsito peatonalde mobiliario urbano; denunciaran aparcamientos en doble fila o en lugares prohibidos, especialmente de los poseedores de autos de alta gama, etc.
Porque, claro, encontrar a estas alturas, investigadores serios, técnicos solventes, universitarios capaces, especialistas hábiles, profesionales formados, jóvenes ilusionados, profesores concienciados, prejubilados dispuestos a volver a trabajar, empresarios honestos, sindicalistas cooperadores, ministros competentes, es más difícil, y llevaría más tiempo movilizar esas capacidades.
0 comentarios