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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre las personas de orden y la policía

El término "persona de orden" ya no se utiliza y, traído así, a pelo, puede ser falsamente interpretado como que nos referimos a aquellos que tienen ideología conservadora. No es así. Por persona de orden queremos entender aquellos que son disciplinados con las leyes, con los reglamentos, con la ética universal y que procuran no interferir el el camino de nadie salvo para colaborar y, excepcionalmente, defender sus derechos (y esto último, una vez que ya se los han mancillado bastante).

Una persona de orden tiene muchas características que deberían de hacerla común, pero, con el paso del tiempo, la han convertido en más y más singular. Paga sus impuestos y tasas con diligencia y con la voluntad de hacerlo a su mejor saber y entender, (consciente de que el ininteligible galimatías le está perjudicando); no aparca su vehículo -nunca un cuatro por cuatro-, salvo excepcionalemente, en doble fila (y eso, para recoger medicinas en la Farmacia o para dejar a su madre lo más cerca posible del ambulatorio, por ejemplo); nunca vacía los ceniceros del coche en la calle (ni, por supuesto, en un parque), ni se le ocurriría cambiar el aceite en otro sitio que no fuera un taller; no pretende jamás saltarse ninguna cola, ya sea del cine o del supermercado; etc.

Cada uno puede explicitar sus propias opciones de identificar a las personas de orden, en las que también sirve de característica fundamental, resaltar que su educación como tales ha empezado, por supuesto, en las escuelas, en donde seguían las instrucciones de sus entregados maestros -que jamás pensaron en darse de baja por ansiedad-, que tenían que estudiar bastante para aprobar cada asignatura, y nunca avasallaron a sus compañeros de clase o de cursos inferiores para quitarles la calderilla ni supieron lo que era drogarse, ni...

Las personas de orden, existen, sin embargo, aunque ya no se les denomina así. Son seres anónimos, casi transparentes, que a medida que van peinando más canas ven con una mueca de creciente sufrimiento como su mundo imaginado ideal se sigue separando del real. Su carácter de persona de orden tiene que ver con la edad, sin duda, pero se trata de una relación engañosa: el número de personas de orden en las edades más avanzadas es mayor porque la sociedad camina hacia el desorden.

Las personas de orden tienen muchos motivos para lamentarse, unos pequeños y otros de orden superior. Unos de ámbito doméstico y otros, de índole universal.

Sufren porque les tutean en los comercios y en las cafeterías, porque nadie se levanta en el autobús o en el metro para ceder el sitio a una mujer de edad o a un lisiado, o porque alguien que se cree más listillo les pasa por encima en la cola para entrar a escuchar el concierto de Año Nuevo. Sufren por tener que avanzar entre cacas de perro o tener que bajar a la calzada porque se encuentran con un ridículo anuncio que obstaculiza su paso en las aceras. Sufren porque ven a un joven comido por la droga tirado en el suelo pidiendo una limosna para comer. Sufren por ver a los representantes políticos conduciendo coches de lujo y viviendo en las mejores casas de sus poblaciones. Sufren por...

La relación más singular del choque entre las personas de orden y su mundo circundante, se presenta en aquellas ocasiones en las que deben acudir a la esencia misma del sistema de orden para que les preste atención. Un ejemplo concreto ilustrará la desigualdad de concepciones.

Cuando las personas de orden tienen que presentar una denuncia a la policía porque les han robado -hay tantas posibilidades de que suceda, en estos tiempos- les tocará sufrir, también, al advertir que quienes son, entre otros funcionarios, garantes del orden, y son remunerados por ello, les tratan como si fueran ellos los delincuentes. Escucharán reproches y desplantes gratuitos e increíbles, que deberán aguantar en silencio, mordiéndose las uñas del alma.

Han hecho mal la denuncia por internet, han acudido a la Comisaría equivocada, han rellenado mal los datos, no les servirá haber obtenido un número para la cita previa, otros enchufados les pasarán ante las narices para ser atendidos con prioridad, tendrán que esperar un par de horas a que les llamen por su nombre de pila -ay, esa educación, aquel respeto-, observando con creciente estupor cómo entran y salen de las dependencias decenas de policías aparentemente sin otra ocupación que gastarse bromas y contarse los últimos chascarrillos.

Las personas de orden se sorprenderán, también, cuando les dicen que no merece la pena que hagan la denuncia (salvo para cobrar eventualmente del seguro) porque ha habido muchas en estos días, y no va a ser posible recuperar nada de lo desaparecido. Mientras, descorazonados, se dirigen a su vehículo, descubrián, en fin, que en el parabrisas les han dejado una multa porque se ha superado en diez minutos el tiempo del ticket que sacaron diligentemente en el expendidor automático, ése tiempo que han estado esperando a que les atendieran en la comisaría de policía... (Por cierto, el más próximo, no funcionaba, y tuvieron que buscar otro, caminando por toda la calle)

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