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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre cómo despedir el año con un corte

El último día del año más duro (hasta el momento) de nuestra democracia a la española merece ser despedido con un corte.

Para muchos de nuestros compatriotas, el mal sabor que deja 2010 -habiéndose llevado por delante centenares de miles de puestos de trabajo, millones de ahorros, miles de negocios, montones de perspectivas e ilusiones y toda la credibilidad- lo convierte en un año para olvidar.

El malestar que se refleja en la sociedad española invitaría, a los más expeditivos, a interpretar que estamos invitando, con el título del Comentario, a dar un corte de mangas a la situación y pasar página. Ni ha sido nuestra intención, ni sería factible.

Cuando nos despertemos mañana, vencida la resaca, salvo los vasos rotos, las botellas vacías y el confetti ajado, los problemas, pero también las capacidades, seguirán ahí.

Proponemos, por ello, no dejar marchar el año sin sacar consecuencias, y aprovechar la falsa renovación que permite un comienzo de período para, después de la reflexión, tomar decisiones en el terreno personal y, desde la que sea nuestra particular percepción, proponer actuaciones en lo colectivo y tratar de llevarlas a cabo.

2010 ha sido un año en el que nos han crecido muchos in: incompetentes, inútiles, insolventes, interesados, incongruentes,...También han aparecido montones de nuevos des: desempleados, descontentos, desilusionados, descarados, desmentidores, desastrosos, desesperados...

No podemos saber en qué grupo se encuentra el lector, aunque le deseamos de corazón que no se vea identificado con ninguno, y pertenezca al conjunto reducido de quienes no están afectados por la crisis, ni como sufridores, ni como creadores, ni como cómplices.

También indicamos que no existen muchas opciones probabilísticas de que un español, extraído al azar de la población por una pinza simbólica, pertenezca a ese grupo. En principio -y no faltará quien lo discuta-, lo formarían únicamente los funcionarios de nivel bajo y los empleados de grandes empresas que desempeñen tareas muy concretas en obras y servicios de larga duración.

2010 nos ha dejado el espectáculo lamentable de la crispación en la vida política española, del retorno a los planteamientos viscerales, a la descalificación frontal, al insulto. No solamente entre los representantes de los partidos políticos (aunque hay que matizar, siquiera para hacer justicia, que los ataques han sido más virulentos desde los partidos que no gobiernan que desde el Gobierno); podemos creer, siendo indulgentes, que, cuando faltan ideas, ese es su concepto de lo que es trabajar por el bien común...

Pero nos preocupa mucho más porque las descalificaciones, los exabruptos, los chistes zafios, los motes groseros, han ocupado sitio entre la ciudadanía, como si se hubieran redescubierto las dos Españas, esta vez, sin clara ideología ni aparentes objetivos, en un ejercicio de adormecimiento letal, de falsa catarsis.

Se ha puesto de moda el ridiculizar a los miembros del Gabinete, empezando por el Presidente, incluso con palabras gruesas -bastaría darse un paseo, con las narices tapadas, por los foros de internet y por los comentarios a cualquier noticia en que se informe sobre sus actuaciones- y, también, apelar despectivamente a la mayoría de los que son alternativa de Gobierno, a los que se tilda desde incompetentes a desvergonzados e incluso, se les presenta como si formaran parte de una pandilla de delincuentes reales o presuntos.

Las opiniones desde los pocos instrumentos con que cuenta la sociedad civil que se trasmiten son, además de escasas, a menudo, interesadas de facción o inviables por concepto. Y cuando tienen apariencia sensata, y se presentan bien documentadas (¡qué raras veces!), son despreciadas desde los púlpitos sin análisis, en peligrosa postura de estímulo al desprecio colectivo hacia toda manifestación de ingenio e inteligencia, pero, también con menosprecio de diligencia. (Y hay que recordar a Séneca: "Diligentia maximun etiam mediocris ingeni subsidium").

Es significativo que este país no se identifique con los líderes, y que, por lo demás, haya tan pocos. La apatía de amplios sectores de nuestra sociedad es un síntoma, grave, de la desconfianza en que la propuesta de soluciones y el trabajo conjunto permite alcanzar las vías de escape a la crisis. No saldremos de ella a golpes de decreto ni con bandazos de timón, ni tampoco porque lo repita, machaconamente, una o diez personas (tampoco porque le nieguen capacidad, sin proponer alternativas, otras tantas).

Sería interesante conocer cuántos están disponibles, con conocimientos, capacidad y ganas y no se les utiliza para nada. Esa fuerza inusada, ignorada o despreciada ahora por los que detentan el poder, cualquiera que sea éste, es un despilfarro de recursos y, a la vista de lo que ofrecen los que acaparan los mandos, resultarían imprescindibles para aportar mayor enjundia con la que sacar a España del atolladero.

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