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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el consuelo ante el dolor

El 20 de agosto de 2008 quedará inscrito para siempre en los anales del dolor y el temor que provocan los accidentes de aviación. Especialmente, para España.
Los 153 fallecidos en la caída de un MD-58 en el aeropuerto de Barajas, han significado una profunda conmoción para la opinión pública. Como corresponde siempre que ocurre un accidente masivo, y particularmente si por alguna circunstancia se nos acerca, quedamos consternados. Pudo habernos pasado a nosotros. Tal vez,  afectó a un conocido, en la relación de víctimas descubrimos a alguien de la localidad donde residimos.

Muchas familias están sufriendo ese dolor directamente. La pérdida brusca de seres queridos, en circunstancias dramáticas, cambiando, en este caso, para mayor contraste, vacaciones y alegría por dolor y vacío, es el sentimiento más duro al que puede ser solicitado un ser humano.

La experiencia del comportamiento deseable en estos casos ha generado algunos estereotipos, ciertas fórmulas que se utilizan para aliviar algo el dolor de los que se han visto más afectados por una tragedia. Se movilizan servicios asistenciales especiales que prestan apoyo sicológico a los parientes y amigos de los fallecidos y heridos graves.

Esa ayuda sicológica consiste, básicamente, en ofrecerles afecto, comprensión ante su dolor y tristeza, y abrirles la posibilidad de que se sientan reconfortados por el recuerdo de los momentos gratos que han vivido con el difunto -en su caso- y la esperanza de que su impulso, su memoria, su afecto, perdurará en los vivos, y les animará a hacer las cosas aún mejor.

El mejor consuelo, para los creyentes, es la esperanza de volver a reunirse algún día, en el más allá, -se dice- con los seres queridos. Ese argumento es utilizado como piedra filosofal por sacerdotes y vicarios de la fe, conscientes de su carácter imbatible. ¿Hay algo  más reconfortante que aceptar que esta vida es un juego, y que la muerte no es más que el paso a un estado superior, más feliz, y eterno?

Más difícil lo tienen los agnósticos. Pero ser agnóstico no significa vivir sin esperanzas. El mejor consuelo  es retomar la noción, por si hacía falta, de que somos individualmente frágiles, débiles, finitos, y  que nuestra fortaleza proviene exclusivamente de lo que consigamos hacer juntos, generación tras generación, cediéndonos el testigo de la vida.

Reconfortados con la imagen, el ejemplo, el esfuerzo, y el cariño, de aquellos que nos han precedido y nos han regalado su apoyo, enseñanza y afecto. Y si no han vivido lo bastante, pensar que a nosotros nos corresponde tratar de ocupar, hasta donde podamos, el vacío que ellos hubieran ayudado a cubrir.

Independientemente de creencias, para todos, la prioridad inmediata que proporcionará consuelo deshaciendo una incertidumbre, será conocer las causas del accidente, analizarlas desde la objetividad técnica, y sacar todas las consecuencias.

 

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