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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la trascendencia y el gen de Dios

 Muchos seres humanos se resisten a ser olvidados para siempre, una vez que su vida mortal se extinga. El ansia de perdurabilidad ha guiado las actuaciones de miles de individuos de la especie humana, siglo tras siglo, aunque pocos han tenido éxito. La Historia, tanto la general como la local. ha mantenido para la inmediata posteridad apenas unos cuantos nombres. Y no todos como ejemplo de comportamiento leal.

Cuando observamos la veneración que despierta todo lo moderno, y el énfasis con el que los pertenecientes a las más nuevas generaciones se esfuerzan en vender su originalidad, dándose importancia, no podemos sino sonreirnos para los adentros.

Tal parece que la época actual hubiera dado la mayor concentración de genios de la historia de la humanidad. Estos tiempos laicos son más conscientes que nunca del pulvis eris et pulvis reverteris y se aplican al carpe diem quam minimum credula postero (*), echando mano del vanitas, vanitatis et omnia vanitas.
 
Alguna razón científica parece existir, con todo, para que nos veamos los vivos un si es no es mejores. La especie ha devenido, en general, un poco más alta, mejor alimentada (ay, nos pesan los mil millones de famélicos invisibles), y la utilización media de las circunvoluciones del cerebro puede haber aumentado algo (difícil de probar, empero: el informe Pisa nos ha pisado el callo a los españoles).

En cualquier caso, el número de egresados de las infinitas universidades españolas ha aumentado ferozmente, y hemos recuperado al sexo femenino para el cómputo de la inteligencia, mejorando de inmediato la media y la mediana. Eficientes contribuciones al incremento de la calidad de la especie.
 
¿Qué guía a nuestra calidad animal al deseo de perpetuación?. Para nosotros, el descubrimiento de nuestra finitud, la consciencia de morirnos algún día, revelación descubierta con el uso de razón, y que nos acompañará desde entonces. Por eso, rebelándonos contra la muerte, hemos creado alternativas: la vida eterna es una de las más eficientes.
Científicos especialmente inquietos por detectar nuestros móviles profundos han analizado la existencia de un gen de la especie humana que nos llevaría a desear la existencia de un ser superior: el gen de Dios. No tenemos muy claro cuál ha sido el resultado de su investigación, replicada como sesgada, inútil o incompleta por otros pensadores, creyentes como agnósticos.
No nos repugna a nosotros, en absoluto, admitir la existencia de un gen de Dios, en esa modalidad de gen de consciencia de la mortalidad. Incluso pudiera ser, en nuestra peculiar apreciación, que algunos individuos tuvieran este gen más largo que los demás, es decir, con mayor repetición de las cadenas sensibles o los alelos dobles, por lo que en ellos, el ansia de perdurabilidad sería más intensa.
 
Permítasenos terminar este comentario con una noticia reciente sobre cómo la búsqueda de la trascendencia lleva al mundo virtual a personas que, hace apenas un par de décadas, hubieran creído tener sitio seguro en la historia sagrada de la realidad más corpórea.

"The Daily Telegraph" cuenta hace unos días (el 5 de junio) que el príncipe Carlos de Inglaterra ha creado una web ambiental: www.princesrainforestsproject.org para aumentar la concienciación respecto al cambio climático y la defensa de las forestas amazónicas.
Es una web prometedora, bien construída. El discurso de recepción del hijo mayor de Isabel II es bueno, y su dicción del inglés, sublime. Conclusión apresurada: el gen de Dios también afecta a los miembros más selectos de la iglesia evangélica. God save the Prince. We would try to save the Planet.
(*) Del poema de Horacio: "aprovecha el día, confía poco en el futuro"

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