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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre bodas

Nuestra sociedad exhibicionista ha depositado en la celebración de las bodas una de sus más claras maniobras de seducción.

Tradicionalmente, y en todas las culturas, han sido los casorios un momento para tirar la casa por la ventana. La familia de la contrayente festejaba que su hija había encontrado otro hogar. Las razones ancestrales de ese rito de celebración eran económicas: una hembra era una carga, y para digerirla mejor, había que adornarla con una dote, más o menos importante según la categoría del futuro esposo.

En nuestra sociedad, en la que la mujer y el hombre han alcanzado, por fin, posiciones equiparables, y en la que a nadie se le ocurriría ofrecer algunas ventajas para que la novia fuera carga más soportable, las bodas siguen teniendo muchas esencias folclóricas, de las que no estaría de más hacer una reflexión serena sobre la naturaleza de los beneficiados.

Los mayores beneficiados de una boda en su aspecto económico, son los restaurantes y salas en donde se celebra el ágape o el cóctel. Como lo normal es reunir más de doscientas personas, entre amigos y familiares de los contrayentes, no sirve cualquier local.

Los precios que estas empresas cargan por los servicios, en una operación al más puro estilo de cartel, son absolutamente desmesurados. En relación con el coste del producto ingerido o bebido, se trabaja con márgenes de 1.000 por ciento (10 euros por euro), y aún superiores. Para 200 invitados y un precio medio de 200 euros por persona, la cifra que habrá que desembolsar es escalofriante: 40.000 euros.

Se mueve, por supuesto, otros flujos de dinero inútil: un vestido de novia puede costar sobre 18.000 euros. Un despilfarro que solo servirá para un día. No será el único despliegue: madrinas, invitadas, chaqués de padrinos y testigos, trajes, zapatos, desplazamientos, hotel. Calculando una inversión promedia de 300 euros por persona , se podrá llegar a la cifra de 60.000 euros.

En regalos, la norma actual no escrita es que se calcule 150 euros por persona. Podemos, por tanto, hablar de un desembolso de 30.000 euros-igualmente, en su mayor parte, inútil y, en todo caso, en beneficio singular de los grandes almacenes que tienen listas de bodas en las que se seleccionan objetos que los novios cambiarán por otros, casi en su totalidad-.

La iglesia reclama también su parte. Unos 500 euros por el alquiler del local divino, en el que oficiará, además del sacerdote, un fotógrafo que tendrá la exclusiva de la ceremonia. Los adornos florales y otras pequeñeces, elevarán la cuenta a unos 2.000 euros, a los que habrá que sumar los 3.000 o 4.000 euros del artista de la cámara.

Quedan solo mínimas aportaciones complementarias: los puros, los regalitos para los asistentes, las propinas, los autobuses y taxis para los desplazamientos de la iglesia al local, de la iglesia al juzgado, del juzgado a casa. El viaje de novios, siempre cuanto más lejos, mejor. Se puede calcular el todo de estas minucias, en unos 4.000 euros más.

Si han llegado hasta aquí, y no quieren sumar, nosotros se lo damos hecho: 140.000 euros. Se pueden conseguir bodas más baratas, (y más caras), pero la diversión (de los que están detrás de tal negocio) no será idéntica.

Sugerimos al presidente de Gobierno y sus asesores económicos que, para reactivar la situación y animar al consumo, insten a la gente a casarse. El lema podría ser: ninguna pareja de hecho, la crisis te necesita.

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