Sobre las relaciones sexuales de los políticos preeminentes
Los políticos preminentes tienen derecho a unas vacaciones, pero no tienen el mismo derecho a restregar a sus votantes y, en especial, a los que no los votaron, que su acceso al poder les autoriza a cambiar drásticamente su nivel de vida y a no respetar los principios éticos que son norma para los demás mortales. No es únicamente su gestión política la que es materia de análisis, sino, también, su comportamiento como ser humano, incluso en los actos más naturales.
Porque un político destacado -no digamos, un Jefe de Estado- es tenido por modelo de comportamiento por muchos. La concordancia entre lo que constituye su programa y su ritmo de vida y actitudes vitales, es parte de la magnífica servidumbre del personaje público. Los que administran los dineros públicos deben dar la sensación -la sensación, al menos- de que no los despilfarran ni, mucho menos, los usan en provecho propio.
El presidente Sarkozy ha cometido un grave error al hacerse acompañar por su amante, Carla Bruni, cuyas circunstancias personales no vienen al caso, en un viaje de placer a Egipto. No importa que el decaído presidente egipcio, Hosni Bubarak, haya hecho un hueco en su apretada agenda para recibirle. Lo que importa es que ha anunciado urbi et orbe que tiene recambios cuando quiera para su esposa y que su madre, sus hijos y su séquito presidencial, tienen que tragarse sus opiniones porque el hará lo que le venga en gana con su vida privada. Millones de franceses y otros cuantos no franceses han tomado buena nota.
Viene a la memoria el comportamiento de dos personajes políticos que no han podido igualmente disimular, estando en el poder, su afición al sexo. Magnífico deporte, por otra parte. Nos referimos al ex-vicepresidente de Gobierno y ex-Ministro de Fomento, Francisco Alvarez Cascos, que parece haber sido víctima también de una dosis extra de testosterona en el reparto de las diferencias, y al ex-presidente Bill Clinton. Al segundo, en la mojigata América del Norte, le hicieron un impeachment que sonó a linchamiento, por haber reconocido que creía que no era pecado dejarse hacer el penilinguus con una becaria. Al primero, aún deben de dolerle las quijadas del susto que le propinó su joven ex-esposa dejando que toda España la mirase mientras bailaba sensualmente medio vestida.
Algunos hombres públicos deberían cuidar más su vida privada.
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