Sobre la relación entre el tennis femenino de altura y la técnica del cabaret
Las características del tennis femenino de alta competición han evolucionado desde la pura consideración como deporte de élite hacia el espectáculo de masas, en la que el atractivo sexual (o estético, para no alarmar a los más recatados) de las participantes parece ocupar un lugar prominente.
Se hace difícil comprender cuáles son los procesos selectivos por los que las mejores tennistas tienen un físico que las aproxima a modelos de pasarela. Sus vestimentas, sus ademanes, sus gritos durante la competición, parecen más bien destinados al deleite visual del público (fundamentalmente, masculino). No creemos pecar de mojigatos si afirmamos que las falditas cortas dejando entrever unas bragas de colorines, los hombros al aire, los sujetadores escuetos o los gemidos que acompañan a los golpes, no tienen nada que ver con el deporte y si con la intención de complacer al ojo que se desvía de la pelota al contoneo y a la figura.
No sabemos si las Sharapova, Ivanovic, Williams y compañía, han sobresalido por haber sabido educar su pegada atinada al mismo tiempo que moldeaban sus cuerpos de maniquí, o si la selección se ha realizado siguiendo cánones de belleza además de valores exclusivamente deportivos. Pero la sospecha existe. Tenemos el recuerdo de la musculosa, regordeta (y, desde luego, encantadoramente simpática), Arantxa Sánchez Vicario, y nos gustaría poder dilucidar si triunfaría igualmente en este competitivo deporte una tennista feúcha, vistiendo pantalón corto ancho de vuelos y camiseta con mangas.
En fin, las técnicas del cabarét -chicas hermosas enseñando sus virtudes corporales mientras se mueven en posturas aprendidas- se diría que han entrado por la puerta grande de ese deporte de competición, aburrido en esencia como pocos, antídoto del concepto de espectáculo de masas, que era el tennis. Mens sana in corpore sano, por supuesto, ¿pero sano es idéntico a loquendi elegantia?
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