El Club de la Tragedia: Hacia atrás
Se nos ha dicho con tanto énfasis que un síntoma de vejez es creerse que cualquier tiempo pasado fue mejor, y que la juventud posee en sí misma el empuje para avanzar, que olvidamos hacer el análisis de lo que tenemos, como Humanidad, y si ha merecido la pena, y a quiénes.
Empiezo por lo más obvio: nuestra sensibilidad ambiental es consecuencia del gran deterioro de la naturaleza que hemos provocado. Especialmente, en los últimos cincuenta años. Podemos sentirnos emocionados a la vista de un paisaje impoluto, pero quedan pocos y, desde luego, no están cerca de nuestras viviendas.
He sido testigo personal, como todos los de mi generación, de que podíamos pescar y bañarnos en esos ríos que hoy pretendemos (en vano: nos cuesta demasiado) recuperar, jugábamos al balón en lo que hoy es un bloque de adefésicos edificios, respirábamos a pleno pulmón entre los árboles donde se ubica un parque industrial abandonado.
Podemos presumir de haber disminuído la pobreza en el mundo, e inventarnos un índice para seguir su evolución y tranquilizar nuestras conciencias. Pero, como somos muchos más para repartir casi lo mismo (¿o menos?), son muchas más las personas que sufren y mueren cada año de enfermedades superables, desnutrición o condiciones higiénicas deplorables.
No me engañan las cifras. La delantera que nos han tomado los muy ricos es mucho mayor. Y la clase media tiene tantas capas como un hojaldre, pero en el medio no hay crema pastelera, sino, simplemente, pasteleros.
(Una anécdota para complacidos: Mi amigo el padre servita Javier contaba hace poco que tuvo que hacerse cargo de un colega que falleció de accidente en Mozambique. Murió desangrado, sin asistencia médica, entre tierras de nadie, pero no faltaron quienes acudieron a quitarle las pocas pertenencias que llevaba encima. Al recordar olores y detalles de la morgue, Javier encontró la palabra para describirlo: "dantesco". Expone, pero no se lamenta, que se han reducido las vocaciones y son muy pocos y que no dan abasto: no ya para hacer apostolado, sino para atender a tanta necesidad.)
Tenemos muchos aparatos eléctricos o a pilas que nos acercan la música, la imagen, voces y los hechos muy apartados -solo si queremos, claro, y, en general, solo "para estar bien informados"- a nuestra intimidad. Estamos conectados al mundo (escribo para occidente, en particular), pero no nos interesa que lo que sucede en otras partes, incluído en el piso del vecino de al lado, nos contagie de problemas. Vamos servido con "lo nuestro". Nos encerramos en nuestra complacencia, protegidos sólidamente para que no nos afecte negativamente.
Somos hoy más conscientes de nuestros derechos que de nuestros deberes. Acumulamos litigios en los juzgados, que colapsan la adminístración de justicia. Es cierto que hace tiempo que, en nuestras latitudes, no hacemos una guerra. Pero es que no se necesita empañar de sangre el tapete europeo para conseguir los objetivos.
Objetivos de unos pocos; a los demás, nos llevan, adormecidos, hacia atrás. ¿O queremos creernos de otra cosa?
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