Sobre el cuidado de la propia imagen
La posibilidad de inventarse un pasado para auparse sobre el no es tan difícil y, para algunos individuos, se convierte en un modus vivendi muy saneado. Es curioso que en estos tiempos en los que se pretende tener mucha información acerca de todo, se sepa poco del vecino y nada -nada que sea absolutamente cierto, queremos decir- del que está algo más alejado.
La intoxicación acerca de la noticia, sea la que fuere, es moneda común. Muchos son, desde luego, los que se complacen en distorsionar los hechos hasta hacerlos irreconocibles y, para más confusión, mezclar cuestiones inventadas con las reales, dándoles idéntico tono de credibilidad e, incluso, aún mayor.
En marzo de 2010 se ha vuelto a comentar, porque acaba de cumplir su deuda con la Justicia, de Luis Roldán, un experto en engaños, que llegó a ocupar el cargo de Director General de la Guardia Civil. No fue lo más grave de este personaje de la farándula política que se hubiera inventado licenciaturas de las que no disponía, sino que hubiera conseguido estafar regularmente al Estado, cobrando comisiones por la venta de propiedades de la Benemérita, engañando, por tanto, a sus compañeros de Gobierno y de Partido, que veían en él un ciudadano ejemplar.
Claro que su caso no es único. Los centenares de personajes de la vida pública que se han visto descubiertos en sus operaciones de enriquecimiento ilícito, aprovechando de la confianza que se había depositado en ellos para guardar el Patrimonio de todos, ha deteriorado terriblemente el sentimiento popular acerca del político y, por ende, afectado a la capacidad de la democracia para detectar a los corruptos.
Porque nadie podrá defender a estas alturas que lo descubierto no es sino la punta de un iceberg de miserias y, aún más grave, que resulta imposible creerse que esos casos, que no han trascendido o no han aflorado, no cuentan con algún grado de connivencia por parte de algunos de los compadres del viaje político. La mayor parte de quienes se dedican profesionalmente a la política son, seguro, gente honesta, pero, además, debieran ser más perspicaces para detectar lo que hacen sus colegas de la mesa de al lado.
El cuidado de la propia imagen es un derecho y un deber de todos. Aunque, atención. El aumentar las plumas propias, echando sobre el currículum esencias, títulos y virtudes de las que se carece, debiera estar mucho más vigilado y mejor perseguido. Cuesta mucho, en verdad, en tiempo, en dinero y esfuerzo, hacer una carrera, conseguir una buena formación, conocer en profundidad de un tema.
Y es un tremendo desgaste social, un despilfarro de recursos inaudito, que quienes se han formado para servir a la sociedad y pueden conseguir el máximo rendimiento al trabajo colectivo, se vean arrumbados por mentirosos que mienten sobre lo que saben, ocultan lo que hacen en su beneficio y cacarean de haber conseguido mejorar algo del bien común, cuando su objetivo principal era enriquecerse a costa de la credulidad de quienes somos incapaces de entender que se pueda juzgar a alguien no por los méritos, sino por las afinidades y simpatías conseguidas entre bambalinas.
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