Sobre las oportunidades de la vida (y 2)
En la década de los veinte, el individuo, que para entonces ya habrá terminado su formación, deberá encontrar pareja. Es muy importante que, dejando a un lado los prosaicos tactismos de la atracción sexual -animalmente vinculados a la idea de belleza o compensación genética- mire al bolsillo de la futura familia política. Deje a un lado, dominándolos con rudeza, los impulsos de aparearse legalmente con quienes sean más bell@s, más alt@s o con la nariz roma si uno la tiene aguileña: lo fundamental aquí no es el futuro cónyuge, sino el poder que ostenta -y la competencia que hay dentro de ella- la familia en la que uno pretende incrustarse.
Si se ha sabido elegir un/una hij@únic@, de una estirpe con dineros contantes -muy importantes las propiedades inmobiliarias- y poseedora fehaciente de un paquete accionarial en un grupo de empresas floreciente (aquí habrá que acudir a expertos en calcular el van y el tir y hacer lo contrario de lo que nos aconsejen), se habrá hecho lo necesario para triunfar en la vida a la primera.
¿Cómo es posible -se preguntarán los muy jóvenes que me lean- que un pobretón, feo, cojitranco, se ligue de por vida a una joven hermosa, rica e inteligente?
No hemos escrito éso. Si se pretende tener lo máximo, hay que saber prescindir de lo superfluo. Y, después, aunque lo haya parecido, nuestro consejo es asexuado.Si se es bella, anímese con los cojitrancos vejestorios, pero inmensamente ricos; si se es feo, no quedará más remedio que apuntarse a chófer o ayuda de cámara de una viuda sin hijos y en fase de decrepitud, pero con afición al alcohol. Es necesario, en fin, estar atento a las crónicas de sociedad y llegar de los primeros.
Mucho más interesante, por ser más asequible, es la llamada al éxito que se presentará pasados los cuarenta. En este caso, hay que sabérsela trabajar en las décadas anteriores.
La pertenencia a un grupo con perspectiva es, para esta segunda oportunidad, imprescindible. Como también lo es no haber destacado antes lo más mínimo: no haber participado en ninguna de las guerras internas, no haberse definido por nadie, no haberse mojado por ninguna opción. No haber hecho nada, incluso, es mucho mejor que haberse descornado con iniciativas, salvo que hayan servido para que otro las hubiera rentabilizado, pero cuidando de hallarse prudentemente en la sombra: se puede, incluso, si se llega a dominar el arte, ofrecer dadivosamente iniciativas o ideas a un incompetente encumbrado, pero jamás -jamás- apareciendo como su autor.
Es absolutamente necesario que, llegado el momento, la opción de uno aparezca a la mayoría, incluso por aclamación, como la más incompetente, la más anodina y floja para presidir y mandar al colectivo.
La última oportunidad -que solo aparecerá, obviamente, si las anteriores se han desaprovechado o malogrado- vendrá, increíblemente, llegada la senectud, y por el hecho mismo de haber sobrevivido. También en este caso será necesario prepararse para subsistir, lo que puede consistir, esencialmente, en no haber realizado mucho ejercicio físico, haber sido moderado en las bebidas y, sobre todo, haber visto muchas películas de vaqueros y dibujos animados, que son relajantes.
Si, con esa edad, se asiste regularmente a la multitud de cócteles, desayunos de trabajo y otras reuniones más o menos folclóricas que se convocan a mogollón en cualquier poblachón, manchego o no, no se dude que un día sonará el teléfono y le convocarán para hacerle un homenaje.
No importa la razón. Ni siquiera los que le llamen lo sabrán por seguro. Pero, si Vd. acepta -¡y cómo no aceptarlo!- Vd. habrá triunfado en la vida.
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