Sobre los aduladores, lameculos y gansos de pesebre
Los gansos son animales ruidosos que, cuando olfatean a un extraño, graznan como locos. Una granja de estas anátidas se detecta así fácilmente por el sonido estridente de cientos de trompetas desajustadas sonando al unísono, como si ensayaran una algarabía. Los romanos del cuento de la Historia, que eran muy listos hasta que la carne les pudo, los utilizaban para avisarles de que se acercaba alguien al Capitolio y a sus fincas de recreo.
De entre las diferentes especies de aficionados que rodean a los líderes de un partido político, queremos destacar hoy a tres grupos, en la intención de delimitar sus diferencias.
Los aduladores son aquellos que, poniendo su lápiz rojo de alabanzas sobre todo cuanto dicen sus mayores, pretenden con ello conseguir un puesto en el reparto de cargos. No les importa el contenido de lo que dice el mandamás, sino que éste capte el mensaje de que lo que está haciendo o diciendo es perfecto. Los aduladores necesitan para alcanzar su objetivo, tener al lado a algún detractor y, por ello, generalmente, se lo inventan, para que, por contraste, el líder adquiera plena confianza en ellos, creyéndose que los opositores son envidiosos y malsanos incapaces de valorar las ventajas de las ideas que al encaramado se le ocurren y que el pelotas aplaude como un muñeco de feria.
Los lameculos son una aberración de la especia anterior, en la que, de puro ejercicio de falsaria, ya no les es posible ni tan siquiera expresar con palabras la admiración que pretenden trasladar al líder. En consecuencia, son los que le llevan el vasito de guiski después del mitín, le comunican que les ha costado mucho convencer de que pongan rosas rojas en la habitación de provincias, o trasladan dimes, diretes y chismejorros de todo dios, ocupando las horas vacías del que puede. Son, pues, la versión adúltera de los bufones y enanos de palacio.
En fin, los gansos de pesebre (lugar donde se come) son quienes, con sus gritos y voces, ponen al jefe en guardia de peligros. Solo que, cuando les dan cuerda a mala uva, hay gansos de pesebre que, en lugar de avisar de los peligros, los crean, favoreciendo así, no al que dicen guardar, sino entreteniéndolo para que no advierta los peligros que se yerguen sobre su cabeza desde otras latitudes.
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