Sobre el desarrollo compatible contra la avidez de los que más tienen
Ya no se habla apenas del desarrollo sostenible o sustentable, porque la explosión de la crisis económica de los países occidentales ha puesto en su lugar las verdaderas prioridades humanas: y, como podríamos habernos imaginado, la máxima prioridad no tiene que ver con las necesidades de los más humildes, sino con la avidez y el egoismo de los que más tienen.
Pero no estará mal volver una y otra vez, al menos para mantenerlos vivos y frescos en la memoria colectiva, sobre cuáles son los argumentos que han quedado arrumbados en las lindes del camino, una vez que sonaron las sirenas de alarma -accionadas por unos individuos que ahora se empeñan en decir que no era para tanto, y que volvamos al trabajo- que provocaron la desbandada general, dejando abandonados, entre otros, los petates intelectuales.
Permita el lector ilustrado que recordemos una presunta definición que, de tan manida, parecería formar parte de las evidencias absolutas: "Desarrollo sostenible es aquél que satisface las necesidades actuales de las personas, sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas".
Hay en esa aparente definición de una verdad incontrovertible demasiadas peticiones de principio para hacerla efectiva. No sabemos cuáles serán las necesidades de esas futuras generaciones y, aunque fuéramos capaces de predecir (que no lo somos) las de la inmediata a la nuestra -entendiendo por ella, la de nuestros hijos o nietos- no parece que la norma de actuación quiera limitarse a un horizonte tan escaso, visto desde la perspectiva de la historia del hombre sobre la Tierra.
Queda abierta, pues, la incógnita acerca de qué deseos serán capaces de producir satisfacción a los que nos sucedan, y con qué capacidades actuales pretendemos cubrirlos, y para un intervalo de cuántas generaciones deberán ser considerados.
Ah, pero el valor de la palabra "comprometer" y ante quién se asume la obligación, nos devuelve, como en un frontón, la pelota dura de nuestra intención. ¿Cuál será el castigo y quién lo habrá de imponer, en el caso -ya dijimos que difícilmente demostrable, pues se carece de pautas- de que se incumplan las expectativas?.
Si fuéramos serios, habríamos reconocido que no puede, válidamente, pretender actuar ante el futuro bajo unos principios éticos y de solidaridad que no se es capaz de incorporar en el presente. ¿De qué personas habla la definición?. Es evidente que, dadas las desigualdades -económicas, de expectativas, de acceso a la educación, a la sanidad, a los recursos- según áreas y grupos sociales, no se parte de ninguna homogeneidad, luego tampoco tiene sentido hablar de "desarrollo" sin introducir el concepto de reparto.
No queremos extendernos mucho más en reflexiones que son, en esencia, muy elementales. Digamos que somos partidarios de un desarrollo compatible, que tiene una dimensión interior y otra exterior al concepto. En lo interior, la compatibilidad se refiere al mantenimiento -pero solo en lo posible- del nivel de vida en los países occidentales, compatible con el aumento del bienestar, de los medios tecnológicos y del incremento del Producto Interior Bruto en los países menos desarrollados, considerando la disminución de las diferencias como un objetivo global.
En la dimensión exterior, el desarrollo ha de ser compatible con el menor deterioro al ambiente, procurando -lo que exige su correcta valoración técnica y económica- la restitución de los deterioros que provoque la explotación y el uso de los recursos.
En la frontera de ambos criterios, se encuentra, sea cual sea el nivel de éxito alcanzado en esa tarea continua, la incontrovertible obligación de ampliar a todos los seres humanos los beneficios de las mejoras en la producción y las derivadas del aprovechamiento de los recursos.
Como no somos capaces de ponernos de acuerdo en estos principios, en las cumbres de Río, Oslo, Durban, México o... de Wonderland, se seguirán empleando palabras rimbombantes, redactando prolijos informes de reconocible vacuidad, pero seguiremos avanzando por el sendero abierto de la destrucción irreversible y acelerada de nuestro medio, reduciendo drásticamente el espacio de disfrute real, que se concentrará, cada vez más, en el privilegio de unos pocos, siempre -aunque se empeñen en convencernos de otra cosa- menos.
Porque la felicidad no tiene poco que ver con un "desarrollo sostenible" con ribetes academicistas para torpe consuelo de pólíticos ineficientes , y mucho con nuestra capacidad para hacer compatible nuestra forma de vivir, como humanidad, disminuyendo el desequilibrio entre las tensiones ambientales, sociales, económicas. Algo en lo que venimos fracasando.
2 comentarios
Angel Arias -
Es lamentable que, en el corto período que se corresponderá con la existencia del hombre, no hayamos sido capaces de concretar objetivos comunes para aprovechar el incidente de nuestra existencia en la dinámica de evolución de la energía hacia la materia (y viceversa).
Antonio Fumero -
Esa reflexión debería servirnos aquí para deshacernos del antropocentrismo propio del discurso de la sostenibilidad y pensar que gran parte de "nuestra circunstancia" ni siquiera nos pertenece, aunque nos siga condicionando.