Sobre mercados, márgenes y opciones del Gobierno de Rajoy
Una vez que se ha disipado el humo de las explosiones de alegría de los simpatizantes del Partido Popular después del claro triunfo electoral, la pregunta pertinente es, sin duda, ¿y ahora, qué?.
Más de 10 millones de personas han confirmado en estas votaciones, dejando muy atrás las restantes alternativas de gestión política, que confían en que el equipo de Rajoy tenga mejores soluciones para arreglar la situación.
No nos parece que hayan votado mirando los mercados financieros -¿quién diablos entiende lo que está pasando ahí?-, sino atendiendo a sus personales necesidades, que son, en definitiva las que esperan ver resueltas cuanto antes.
Con otras palabras, y puesto que el voto en las urnas vale lo mismo, los intereses de los Botín, March, Pérez (Florentino), del Bricio, Prada, Alba, del Pino, Koplowitz, y otros afortunados poseedores de las mayores fortunas del país (¿quinientos?, ¿mil?) cuentan notablemente menos en el cómputo global que los de casi cinco millones de parados, o los de más de tres millones de funcionarios (que son un porcentaje nada despreciable -¡un sexto!- en relación a los 18,4 millones de ciudadanos con empleo en España).
Los media se refocilan en desmenuzar una y otra vez, sin embargo, la cuestión del diferencial que España debe pagar respecto a los países más "solventes" en el mercado de deuda externa y en glosar la interpretación que dan los mercadillos locales del dinero -cotización de las empresas españolas con mayor volumen de negocio en Bolsa- al riesgo coyuntural -¿o será "sistémico"?- de nuestra economía.
En un comportamiento similar al de los depredadores que buscan alimento en una manada de búfalos, los especuladores -no vendría mal que fueramos ilustrados sobre qué aspecto tienen, qué pretenden como objetivo final y, sobre todo, qué están haciendo con el dinero que nos quitan- tratan de aislar la pieza, pero no para devorarla, sino para que entre en pánico y, para dar mayor credibilidad a su desfachatez antropofágica, llegado el caso, arrancarle un trozo de las nalgas.
Si hemos entendido los mensajes -pocos, algo incoherentes y demasiado débiles en intensidad y contenido- transmitidos por los dirigentes del partido ganador (los de los equipos perdedores no nos resultan más tranquilizadores), el compromiso que se va perfilando para el nuevo ejecutivo es cumplir con las "obligaciones de Bruselas", y "mejorar nuestra credibilidad internacional", arguyendo una razón de peso onírico: "porque somos un gran país".
La credibilidad internacional de los españoles en conjunto no precisa ser valorada por nadie. No es, desde luego, inferior, a la de los países que no dudan en arrastrar a la guerra civil a pueblos pacíficos o no tienen problemas en dosificar la entrega de sus tecnologías mientras les esquilman sus riquezas naturales, comprando muy barato la mano de obra de sus habitantes o sus espacios ambientales.
Los "señores de Bruselas" (no nos engañamos ya: los intereses económicos que están detrás de l@s señor@es Merkel y Zarkozy) no han votado en estas elecciones y los problemas fundamentales de nuestra economía siguen siendo -cada día un poco más intensos- los mismos que antes del 20-N: crear empleo, generar riqueza, promocionar actividad.
Necesitamos un buen ministro de industria y tecnología, además, claro, de que desde economía y hacienda se lleven muy bien las cuentas para saber perfectamente por donde entran y salen los ingresos y gastos de las Administraciones públicas.
Por eso, aunque su voto en las urnas ha contado lo mismo que el de cualquiera de nosotros, es imprescindible que los que tienen el dinero, los que controlan los núcleos duros de nuestra economía empresarial, quienes más saben de ciencia y oportunidades empresariales, salgan de sus reductos, den la cara, y enarbolen la bandera de la honradez y la ilusión, con hechos que nos conduzcan a todos, más seguros, hacia un futuro mejor y con una base mínima de prestaciones un poco más alta, ya que no más igualitaria.
Para movilizar todas esas capacidades, hacen falta gentes que conozcan muy bien la economía real, apuesten por nuevas interacciones, apuntalen y potencien las existentes, no les tiemble el pulso para dar instrucciones firmes y consejos ineludibles y, por supuesto, sepan hablar inglés. Además de dominar el español a dos niveles: el del pueblo que sufre y desespera y el de esas élites que no sufren (digamos con indulgencia), "tanto", y... esperan.
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