Ante la necesidad imperiosa de crear empleo
El comienzo de la campaña electoral en España ha activado la imaginación de los portavoces de los partidos que se encuentran en posición de obtener representación parlamentaria, para presentar las medidas que supondrían la activación de la economía, lo que se vincula directamente con la creación de empleo.
A esa ceremonia de chamanes del dios dinero, concurren también los representantes sindicales y empresariales, además de catedráticos y especialistas de esa complicada combinacion de ciencia y exoterismo que tanto papel juega en nuestras vidas.
Desde un lado del panorama, pugnan por hacerse oir quienes defienden que hay que reducir el músculo de las Administraciones, reducir impuestos, poner más barato el precio del dinero y confiar en que la iniciativa privada detecte oportunidades de negocio. En resumen: confían más en la inteligencia del mercado que en la capacidad de los Gobiernos para salir del bache, y, al reducir los ingresos del Estado, disminuyen, naturalmente, las prestaciones públicas (aunque no lo digan).
Desde el otro lado de las posiciones ideológicas, se indica que no se reducirán los servicios sociales, ni se empeorará su ejercicio, y que se aumentarán los impuestos a quienes tienen mayor capacidad económica. En resumen: se ven maniatados para reducir el Estado de bienestar, y la presión sobre los que gozan de mejor posición para soportar la crisis, menguará, naturalmente, su interés inversor por acometer nuevas iniciativas.
Parecerían dos posiciones irreconciliables y, planteadas como pura discrepancia conceptual, lo son. Pero en economía las cosas nunca son tan sencillas como para exponerlas blanco sobre negro.
En nuestra opinión, la generación masiva de puestos de trabajo no está tan vinculada a las cuestiones macroeconómicas como a la generación de un escenario de confianza a niveles microeconómicos.
Los agentes mayores de la economía tienen una visión de la situación, y una capacidad de respuesta y resistencia a la crisis, que los hace poco sensibles a las necesidades locales: el caso de las multinacionales es paradigmático, utilizando a su antojo la movilidad de sus centros de producción, buscando los menores costes y la optimización del beneficio. Aunque a muy corto plazo puedan sentir el peso de las medidas fiscales (por ejemplo), a medio plazo se escurrirán, en busca de escenarios más favorables.
Distinta es la cuestión para los agentes menores, entre los que se debe contar esperanzadoramente con los pequeños ahorradores, los profesionales con especialidades, los jóvenes con formación en nuevas tecnologías, los jubilados y prejubilados, los que tienen capacidad de consumo casi intacta a pesar de la crisis (funcionarios y empleados de las empresas más sólidas, que tienen seguro su puesto de trabajo).
Para ellos, hay que preocuparse, desde los estamentos del Estado, de generar en condiciones de estabilidad y confianza, orientando sus posibilidades inversoras hacia sectores de futuro y reduciendo el coste del dinero que necesiten para plasmar sus ideas de negocio, que estarán, por su misma naturaleza, vinculadas al territorio en donde viven (dineros que emplearán, por cierto, fundamentalmente, en la financiación del circulante de sus proyectos).
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