Sobre los despilfarros colosales
La desgraciada política de favorecer, en la búsqueda del beneplácito local (es decir, el voto de los estómagos agradecidos), la generación de expectativas sin fundamento, sin mercado, sin capacidad, ha generado en nuestro país una multitud de despilfarros que calificamos, sin temor, de colosales.
¿Ejemplos?. ¡Tantos! Demasiadas universidades sin posibilidad de alcanzar, jamás, prestigio suficiente, porque no conseguirán atraer a alguna -o no lo harán en número adecuado- de las escasas cabezas creativas disponibles; exceso de titulados sin la formación exigible, y, claro, con expectativas respecto a su titulación académica, que no podrán cumplirse, y que conducirán a su desánimo (al mismo tiempo que dejarán de cubrirse plazas adecuadas a otros niveles formativos, o a experiencias y utilidades más concretas).
Demasiados centros culturales, museos, palacios de convenciones y congresos, que jamás podrán alcanzar el nivel de utilización que los haga rentables, ni tendrán la audiencia, o despertarán el interés que sería aconsejable, aumentando el número de desorientadores culturales, de cabezas con pretensiones de representar corrientes de opinión, de premios sin interés, de certámenes sin calidad ni prestigio posible. Restos, en suma, de pretensiones fallidas, de propósitos fuera de dimensión, de descomunales apetencias sin correspondencia con la verdadera talla del que pretendió una importancia que no era acorde con su naturaleza.
Demasiadas autovías, puentes, carreteras sin tráfico que justifique la inversión, uniendo puntos cuya forzada proximidad no estaba justificada. Vemos ahora, al avanzar por la geografía, muñones de puentes que no han podido ser terminados porque faltó el presupuesto, aeropuertos sin pasaje, caminos y asfaltos abandonados a la maleza que cubre su desmedida pretensión, pueblos que languidecen con sus economías mermadas al verse alejados de los mercados que sustentaron su pasado.
Demasiados polígonos industriales sin las esperadas -y fatuas- naves que iban a servir para afincar en ellas empresas que nadie se atrevió a erigir o que, iniciadas, han servido para hundir precarias economías de emprendedores locales que no han encontrado suficiente facturación para sostener su iniciativa.
No hará falta seguir con los ejemplos. Despilfarros colosales, surgidos de una visión localista, centrípeta, inadecuada para una economía globalizada, una modesta realidad cultural insoslayable, una competencia mísera por tener, al lado de casa, un monumento a la falta de visión de conjunto, al ego de quienes lo impulsaron, para poner su nombre a lo que la realidad convirtió rápidamente, en una ruina, un despojo, un fracaso.
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