Sobre la amnistía de los que apoyaron (y apoyan) a los terroristas
El enfático anuncio de tres encapuchados, arrogándose la representación de una banda terrorista llamada ETA (muy mermada en efectivos, pues, según algunas estimaciones no supera a finales de 2011 los cincuenta miembros "activos"), leyendo un papel en el que afirmaban que abandonaban la "lucha armada", está sirviendo para realizar múltiples análisis sobre sus consecuencias, condicionandos y efectos sobre el resto de la población vasca y, por ello, de la española.
No merece la pena repetir que las declaraciones de delincuentes expresando que dejarán de cometer delitos no equivalen al arrepentimiento. Su valor jurídico para reducir la pena, cuando sean apresados, es nulo, pues no adquiere categoría positiva la expresión por parte de quien ha cometido los delitos por los que se le habrá de juzgar, de que a partir de un cierto momento de su vida ha pasado a hacer lo que a la mayoría de los demás mortales les resulta natural: no delinquir y, en especial, no asesinar a semejantes, sin que importe el simbolismo que quiere dársele por el que mata a su acción de privar de su vida a otro.
Los que han sido identificados como miembros de la banda, pues, deberán seguir siendo perseguidos por la Justicia, apresados y sometidos a juicio (obviamente, justo), y sancionados de acuerdo con lo que se les impute. Como sus colegas de irracionalidad que están ya purgando sus penas. Los que no lo han sido ni lo sean en el futuro como hacedores de algún delito que no haya prescrito, tendrán más suerte, y podrán hacer una vida anónima, esto es, normal.
La cuestión más grave en el caso del terrorismo de ETA, si aceptamos que es, en parte, "terrorismo vasco", en el sentido de que hay una parte no despreciable de la sociedad vasca que apoya tales actos -de motu proprio o forzados por el mierdo- es qué hacer con quienes los han estado ocultando o jaleando.
No vamos a juzgar a esos compañeros de viaje, una vez que el terrorismo que han protegido se desvanece. Pero habrá que preguntarse qué es lo que hizo que prendiera la mecha de la sinrazón entre tanta gente normal. Y ahí sí que habrá que trabajar mucho, para borrar de esos cerebros una aberración: que el resto de los españoles estamos oprimiendo a los vascos, que les queremos expoliar o explotar en algo, que no les queremos.
Habrá que enviar un buen elenco de siquiatras y sicólogos al País Vasco para que apliquen el tratamiento, y los curen.
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