Blogia
Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el aburrimiento como terapia

Antes del gran descubrimiento, lo frecuente era preocuparse por terapias con las que combatir el aburrimiento. Aburrirse se consideraba abominable.

Cuando alguien expresaba "Estoy aburrido", se movilizaban en torno a él los más variados artilugios. Para evitar que el pueblo llano cayera en tan deplorable situación, cuando el campo o la fábrica no proporcionaban la actividad requerida, los señores principales organizaban guerras contra los vecinos y expediciones de conquista o preparaban faustos, torneos, justas, con las que se pretendía ocupar el tiempo libre.

La pereza es la madre de todos los vicios, dijo un santo varón. Hasta la Biblia recoge que el rey Saúl tuvo que echar mano de un arpista-tañedor para que le curase de la melancolía, sacándole el espíritu malo, que viene a ser lo mismo, pero dicho más fino, que vencer aburrimiento.

Con el transcurso del tiempo, las ocupaciones curanderas se sistematizaron algo, aunque en lo fundamental, la terapéutica consistía siempre en mantener al sujeto ocupado, distraerle con las artes, hacerle ver el lado alegre de las cosas -contándole chistes o historias de esas en las que el vecino sufre un descalabro-, ilustrarle sobre el sentido de la vida, fijarle objetivos concretos, y, en fin, impulsarle por todos los medios a dejar la poltrona, la cama, el quietismo. 

Se asociaba, sin que nadie se hubiera detenido a estudiar las razones, actividad con buenas vibraciones. Se trataba de mover el solomillo.

Dirección equivocada. Los experimentos realizados por millones de personas durante el último siglo han venido a demostrar, ya sin vuelta de hoja, que, independientemente de la raza, los niveles económicos o culturales, la mejor terapia de la que puede disfrutar el ser humano para destruir el desánimo existencial es no hacer nada, reptilizarse, abotagarse.

Nada de carpe diem, sino, despilfárralo, effundit diem.

Ahora que el verano se acaba y que la mayoría han terminado el "disfrute" de sus vacaciones, es el momento de reconocer la verdad. Sentirse feliz está en relación directa con lo que antaño se asociaba estupidez. El hombre feliz no es que no tenga camisa -como pretende el cuento-, sino que la dejó en casa, después de asar la manteca, para que no tuvieran frío sus perros a los que previamente había atado con longaniza.

¿Quién se divierte hoy más, en realidad? ¿Quién más hace, construye, inventa, ingenia?. No. El que nada hace, el que las deja pasar, quien no da clavo. Resulta que viendo cómo los demás se desloman, él, que debería aburrirse, se monda, libera endorfimas, se divierte.

En la ruta final hacia el quietismo, sirve igual extenderse al sol hora tras hora, apoltronarse ante los esfuerzos de otros por meter canastas, darle a bolas o atravesar con un euro al día continentes de pobreza, que protestar, sentados en la plaza, a que alguien sugiera alguna idea, para apresurarse a destruirla, no vaya a ser que nos hagan trabajar con estos pelos.

0 comentarios