Sobre agnósticos y fanáticos
Madrid ha visto sacudida su tórrida tranquilidad estival en 2011 por una inocua marea de adoradores de la manera católica de demostrar sumisión a la superioridad que, en su respetable teoría teológica, ha creado esta -para ojos humanos, claramente excesiva- parafernalia cosmológica de la que formamos parte, en lo que resulta, para algunos, una representación teatral escenificada para un público misterioso.
Han sido, según varios cómputos igualmente fiables, entre quinientos mil y un millón y medio de fieles, fundamentalmente jóvenes, convocados bajo el lema de una Jornada Mundial de la Juventud y con la dirección espiritual del Papa Benedicto XVI.
Esa concentración de devotos, reunidos en una exhibición de los principios que rigen su fe, ha provocado diversas reacciones, la mayor parte merecedoras de un análisis específico. Desde la sumisión difícilmente justificable apelando a la cortesía institucional de los representantes del Estado español a la figura papal, hasta las protestas, sin razones, de quienes se confesaron -aprovechando la ocasión- fanáticos de esa otra religión, carente de ritos y dogmas, que es el ateísmo reaccionario.
No nos parece criticable ceder durante un par de días una parte de la ciudad a un congreso de cualquier disciplina -reglada o esotérica-, siempre que sea beneficioso económicamente para la ciudadanía residente.
Lo que, desde la neutralidad ideológica -que no desde el agnosticismo-, no alcanzamos a entender es por qué debe dársele relieve propio de una relación oficial a un acto que, visto desde fuera, no deja de ser una exhibición publicitaria de una dieta intelectual que, por el momento, no ha podido demostrar que conduzca a ningún resultado fuera de este valle y que, además de algunos encomiables ejemplos puntuales de sacrificio y entrega, tantos episodios oscuros ha generado en él a lo largo de los veinte siglos de, más bien, errática evolución.
1 comentario
Guille -