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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre lo fácil que es ser un (mal) economista o periodista

No son las únicas profesiones en las que el intrusismo está a la orden del día, aunque nos parecen las que sufren más de la competencia surgida al margen de los títulos oficiales.

El fondo de la cuestión lo conoce todo el mundo:

a) son periodistas quienes escriben en algún medio de difusión (o han escrito, o aunque no lo hayan hecho, tal vez lo hagan algún día); si han estudiado en Facultades de la Información o en las Universidades de Periodismo, lo más probable es que no ejerzan la carrera y, por tanto, trabajen como camareros, celadores, traductores de chino mandarín o correctores de pruebas;

b) son economistas, quienes no entienden lo que está pasando en la economía, pero lo cuentan mezclando al azar los términos de inflación, desempleo, monetarización, sustentabilidad y déficit; es posible que tengan otra carrera universitaria, pero no la de quienes soportan, con los programas informáticos ad hoc, la contabilidad de un departamento de "análisis económico" o asumen desde su casa la de un par de decenas de pymes, para ajustarlas a los complejos y mutantes impresos oficiales, responder a las posibles inspecciones fiscales de sus colegas y calcular varios índices que resultan muy útiles cuando se entienden.

Las razones de este desconcierto en el que, por las evidencias, todo el que quiere puede robustecer su currículum como periodista o economista puede que sean las mismas por las que la generalidad del personal (incluído el Gobierno) cree que todos los ingenieros sirven para lo mismo o que para ser buen abogado hay que seguir estudiando en una escuela jurídica después de la licenciatura (ignorando, en este caso, que las clientelas se siguen pasando de padres a hijos como si se tratara de las monedas de plata de la época colonial).

Aún a riesgo de ir a contrapié, estamos convencidos, sin embargo, que para ser un buen economista hace falta haber desarrollado una alta capacidad de análisis de las situaciones, utilizando de forma muy concienzuda las informaciones disponibles y teniendo el conocimiento y la imaginación para hacer propuestas, al nivel que profesionalmente corresponda, con las que se esté en mejor posición para corregir los desequilibrios o aprovechar las ventajas.

Esto implica saber mucho más que para estar al tanto de las denominaciones de las partidas del Balance, y, además de calcular vanes y peres e índices de solvencia ideados por uno mismo y por los hipotéticos controladores, se mantengan las ganas de seguir estudiando micro y macroeconomía. Para hacerlo con solvencia, hace falta haber conseguido la licenciatura en una Universidad, y no por lotería, sino por haberla estudiado bien.

También estamos convencidos de que no es fácil ser un buen periodista. Hay que mantener una gran base cultural, sostener la humildad y la prudencia de contrastar en varias fuentes la mayor veracidad de la información, escribir muy bien (además de sin faltas de ortografía), saber expresarse, conocer varios idiomas, haber tenido buenos maestros y, no en último lugar, ser hábiles en captar la sicología y bastante expertos en atender a la sociología. Y, sobre todo, hará falta ser universitario.

No defendemos aquí la Universidad como el único modo de realizar el encuentro del educando con la ciencia: no somos tan estúpidos. Puede que la Universidad no debiera ser el único método, pero sí el más seguro. La sociedad no debiera prescindir, por su indolencia o condescencia, de la única manera conocida de garantizar un adecuado nivel de formación -que es, sobre todo, una base ética- para quienes se pretende estén en disposición de ocupar los lugares de mayor responsabilidad y teórico prestigio social.

Tolerar, y menos aún, conceder, que se utilice el nombre de periodista por quienes desprestigian, con su zafiedad, torpeza y mala educación, a los universitarios que ejercen esa misma profesión (aparente) es un error. Idéntica situación se da, aunque no de forma tan frecuente, con los economistas, ya que en este caso, lo que se detecta es más bien una ligereza en los análisis, sustentada por una sesgada ideología o una intencionalidad política o económica.

Periodistas y economistas son parte importante del cuarto poder -por el que la sociedad civil se reconstruye con cada revolución o reforma- y no podemos perder su capacidad de influir sobre los tres poderes oficiales, afilando las armas que tenemos a disposición de los administrados: el saber más, hacerlo con solvencia, y no renunciar, jamás, a los principios deontológicos.

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