Sobre homenajes póstumos
Con el más bien enigmático título de "Cortar el revesino" -al menos, para los tiempos que corren (1)-, aprovecha Javier Marías, en la página del Pais Semanal del 26.06.2011, para referirse a la torpe práctica de homenajear, después de muertos, a quienes en vida no se ha dado el mérito debido.
Entre otras observaciones que vienen al pelo, Marías indica, con su especial finura para acertar donde más duele, que si los homenajeados ya en su descanso eterno hubieran fallecido jóvenes -sin que les hubiera faltado tiempo para llegar a ilustres- podría entenderse que el coro de alabarderos hubiera esperado a que alcanzan más edad, dando prioridad a los más viejos en el escalafón de la aplaudidera. Pero no se ve el caso a los remilgos para no homenajear, en vida, a sesentones y setentones que tuvieran buen currículum, pues no cabe esperar que el tiempo los mejore y sí que los catarros de invierno les puedan hacer mala pasada.
Quizá por eso, y para evitar el bochorno de tener que elegir entre tanto meritorio, algunas cofradías, corporaciones y colegios, dan las medallas, simplemente, a los que llegan a una cierta edad o han cumplido tantos años como miembros del grupúsculo.
Distinto asunto es que -como reconoció, si la memoria no nos falla, Eduardo Haro Tecglen en una presentación de los premios del Café Gijón- se monte un concurso literario con la intención de premiar, ante todo, a los organizadores del mismo, gentes ya de cierto renombre pero sin títulos de empaque, poniendo así en claro el nivel de los méritos que se pretende ensalzar más adelante.
Sugerimos a quienes creen tener méritos no reconocidos aún para ser objeto de un homenaje póstumo, que en su testamento, ya que están a tiempo, prohiban tales manifestaciones de cariño.
Porque, ya que al difunto no le ha de servir ni para levantarle la más leve sonrisa, un reconocimiento a posteriori solo puede tener la intención de tocarle los pinreles virtuales al difunto, representado en las lágrimas de quienes lo han querido más en vida, y conseguir, con ello, que esos personajes a los que les gusta menear el incensario medren un poco en la escalera de su propio reconocimiento, que querrán tener en vida, como todos.
(1) El revesino es un juego de naipes, caído en el olvido, en el que gana el que se queda con todas las bazas; ha de estar atento, sin embargo, el que cree estar a punto de hacerse con la victoria, pues existe la posibilidad de que, en las últimas vueltas, otro jugador le levante todo lo ganado, "cortándole el revesino".
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