Sobre las heridas abiertas por el Once-Eme, cinco años después
Los 192 asesinados son reales; los 1.841 heridos o afectados directos, de los que 1.543 con derecho a indemnización no la han cobrado del todo aún, también.
El triunfo del PSOE en las elecciones generales que tuvieron lugar tres días después del mayor atentado terrorista sufrido en España, es, por supuesto, incuestionable a estas alturas. La persistencia de un terrorismo internacional, con apoyo ideológico en el extremismo islámico, resulta hoy, más que nunca, incontrovertible. La subsistencia de células etarras dispuestas a aparecer con su carga de explosivos y amenazas en momentos clave de la historia de los demás, se mantiene tan deplorable como evidente.
Han pasado cinco años del Once-Eme.
En este tiempo han aparecido algunas actitudes, talantes y nombres, nuevos o remozados, que, con el sello mediático del Once-Eme, se anclan en nuestra memoria. Los muertos no tienen ya rostro, pero aquí están en el frente de la historia de dolores, material informativo, proceso penal y mediático, políticas de altura y bajura, los de Pilar Manjón, el juez Bermúdez, el presidente Zapatero, el ex-ministro Acebes, el de Pedrojota Ramírez, y, hasta el de ese inclasificable comunicador de especies de producción propia, llamado Jiménez Losantos.
En otra línea, se encontrarán los nombres del minero esquizofrénico Zahorras, el egipcio (Rabei Osman Sayed), Abdelmajid el Tunecino, Zuhier, el chino (Jamal Ahmidan), Jamal Zougan, El Gnaoui, y del resto de los condenados y suicidas de Atocha.
Aparecen también en la enumeración de personajes onceméticos la desconcertante novelista y peligro-esposa Elisa Beni, el juez instructor del Olmo, el también magistrado Alfonso Guevara, la fiscal Olga Sánchez. Y más, más gente de letras, de entre las que queremos destacar al desaparecido Gerardo Turiel, el catedrático de derecho asturiano que dijo aquello de "equivocarse en el derecho de defensa es terrible".
Pasados los cinco años, se aclaró lo principal del despropósito, pero subsisten dudas y se han presentado otras. Suponemos que, como en todos los graves acontecimientos que afectaron a un colectivo importante, el tiempo pondrá aún más imaginería, más especulación, abrirá puertas y sospechas y cerrará, por contra, dándoles la vuelta, a inciertas evidencias.
Descansad en paz, los muertos; y los convencidos, los crédulos, los pasotas. No habrá paz para los que crean que quedan oscuridades por iluminar, réditos que obtener, rencores que compensar. Siempre habrá de éstos.
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