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Al Socaire de El blog de Angel Arias

De ilusión también se vive

Vivir de ilusiones es, como se sabe, la expresión por la que condenamos al desprecio a quienes no son capaces de tener los pies en la tierra y se mantienen levitando en fantasías que, a diferencia de lo que creen a pies juntillas quienes les rodean, ellos se piensan sin el menor fundamento que se van a realizar, simplemente porque así lo quieren.

Para algunos, son un grupo aún más digno de lástima que los que se andan por las ramas, están en Babia o dan palos de ciego; parientes intelectuales de la lechera del cántaro a la fuente, sueñan despiertos con sus principes azules, tienen, hasta el momento del sorteo, billetes de lotería premiados en sus manos, y, a la menor, predicen cambios de coyuntura con las gafas de rosa. Caminan, entre tumbos, por las tierras de sus deseos imposibles, irrealizables salvo por artes de birlibirloque o milagros que no vienen al cuento.

Vivir de ilusiones es, sin embargo, una forma de vivir, en la que aposientan sus reales, por convicción o por truco, ciertos individuos. Por dura que sea la realidad no consigue nunca despertar de sus sueños a estos ilusos, que después de cada descalabro parecen recuperar nuevas energías.

Tenemos hoy en la vida política española un ejemplo estupendo de lo que significa vivir de ilusiones. El candidado a presidente Rubalcaba ha comenzado una campaña de enardecimiento de las huestes socialistas con un discurso victorioso, una arenga llena de ardor.

Viéndolo recorrer los territorios destruídos de los seguidores más fieles, avanzando entre ruinas y desgarros, prometiendo victoria y poniendo en pie los muñecos rotos, amenazando al contrario con la debacle, convertido en primo de Zumosol a base de hormonarse fuera del campo de batalla, recuerda a las bravuconadas de los contrincantes de la lucha libre, que ya han pactado quien ha de ganar y se limitan a representar complicadas figuras acrobáticas que han ensayado en el gimnasio.

De ilusión también se vive, desde luego; hasta cierto punto, en que es imprescindible dar de comer a la multitud con los cuatro panes y los peces que han traído al campo los discípulos. Y aunque está preparado el escenario, completa la parafernalia, falta quien haga el milagro de la multiplicación, y el personal lleva ya años esperando.

Por todo ello, los sondeos de opinión reflejan a las claras que, por mucha ilusión, empuje y ganas que se le echen al cotarro, por más aplausos y vítores que se cosechen tras el rezo, a la hora de comer, viendo los platos vacíos, los devotos dejan de creérselo.

 

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