Sobre los amigos de cada fin de año
Por estas fechas, aparecen los amigos de final de año. Quizá sean los mismos que procurarán asistir a nuestro funeral, o quizá no. Lo segundo, es imposible saberlo y no habrá nadie capaz de contárnoslo. Lo primero se manifiesta puntualmente al vencerse el año, cuando recibimos un email, una tarjeta de felicitación o una llamada cariñosa. El resto del tiempo permanecen mudos, ausentes, perdidos entre las cosas que construyen la vorágine de cada existencia.
No se sabe, por tanto, lo que pueden pretender. Tal vez que contestemos a su periódico arrebato, anunciándoles que estamos dispuestos a reanudar la relación perdida, redescubrir la relación profesional sepultada con los años, abrazar -si lo reconocemos después de tanto tiempo- su cuerpo ausente de nuestro recuerdo cotidiano.
Esos amigos ocasionales, cíclicos, tal vez esperanzados, seguramente cínicos, puede que despistados o nostálgicos, nos demuestran que estamos vivos, aunque para lal realidad de las relaciones estemos ya muertos. Hay que agradecerles que nos pidan unos minutos de sintonía, nos hagan rebuscar en nuestra memoria, para sacarlos a ellos y a sus escenas de pasado otra vez sobre la mesa y preguntarnos, en fin, porqué se gastan su precioso tiempo con nosotros, qué quieren, qué pretenden, qué les duele, además de la soledad de una existencia mutua hecha de olvidos, premuras, descuidos, envidias, anhelos frustrados, recuerdos sin futuro.
1 comentario
Antonio Domingo -
Me he puesto demasiado filosófico, pero debería haber un final de año cada dos meses para obligarnos a no perder los recuerdos de las personas que apreciamos, y obligarnos a hacerles el boca a boca a los momentos en que compartimos un presente que ya no existe, pero del que vivimos en los momentos difíciles.