Sobre la pareja de hecho entre neoliberalismo e izquierda nostálgica
Un sexto jinete parece que está recorriendo el mundo, y se le ha puesto el nombre de neoliberalismo. El atributo troncal del pensamiento neoliberal no se diferencia, en realidad, en nada de lo que constituía la mentalidad de su padre, que es la fe en el mercado como solución para sellar los pactos de trueque entre productores y consumidores.
Esos trueques se llevan a cabo con y por dinero y el mecanismo que se ha inventado para regular la oferta y la demanda se llama mercado, y tiene su plasmación en zocos, Bolsas de valores, reservados de restaurantes, puticlubs, galerías comerciales y otros muchos lugares.
Hasta no hace mucho, ser liberal era un síntoma de pedigrí: caracterizaba a las personas de buena familia que estaban preocupados porque, dentro de un orden, cada uno alcanzara el modo de realizarse en la vida: los liberales no se escandalizaban por casi nada: no importaba que hubiera comunistas en el Parlamento, que los negros comieran en los mismos restaurantes que los blancos, que las mujeres fueran a la Universidad o se desnudaran por placer, o que el hijo de la portera se hiciera ingeniero si encontraba quien le pagara la beca.
Todos estos son mínimos ejemplos del pensamiento liberal, porque lo más importante es que un liberal debía confiar que el tiempo pone todas las cosas en su sitio.
Frente al edificio, cada vez más alto y lustroso, de quienes defendían el mercado contra cualquier ataque, instalaron su campamento de nómadas los supervivientes de un ejército que procedía de los fríos del norte, en donde habían estado apoyando una idea que había sufrido una derrota estrepitosa. Eran los que creían que solo desde un Estado fuerte, con la iniciativa pública como principal empresario y el gobierno de todos como forma de decidir lo que hay que hacer, se podía alcanzar el bienestar colectivo.
Estas últimas gentes, que agrupaban a algunos intelectuales universitarios -profesores titulares-, funcionarios, jubilados, parados y precarios obreros del metal y del campo, acompañados por ciertos artistas, se especializaron en hacer fiestas frente al edificio de los neoliberales, además de insultarlos y lanzarles piedras cuando se asomaban a las ventanas. Como no tenían nombre especial, se les dió en llamar Izquierda Nostálgica, por otro nombre, en España, Izquierda Unida.
Los que estaban en el gran edificio, infinitamente más numerosos, les hacían burla, -pero sin intención de zaherir, solo por compasión-, y les lanzaban, de vez en cuando, cestas con frutas y ropa vieja. Por cierto, algunos desertores del edificio neoliberal (se cree que, en realidad, espías entrenados) pidieron permiso para instalarse en el campamento de desharrapados y, con asombrosa facilidad, consiguieron rápidamente instalarse en las mejores tiendas de campaña, desde donde escribían densos artículos para los periódicos que solo leían los neoliberales cultos (no muchos, claro está).
Pasaron los años, y algunos observadores extraterrestes se dieron cuenta de que neoliberales e izquierda nostálgica formaban, en realidad, una pareja de hecho. Se necesitaban uno al otro para subsistir.
Y dice la Historia por escribir, que así siguieron, por los siglos de los siglos, soportándose y respetándose mutuamente, e incluso, a hurtadillas, no faltaron miembros de ambos clanes que decían amarse tiernamente.
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