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Al Socaire de El blog de Angel Arias

A vueltas con los pecados capitales

Al parecer, fue Santo Tomás de Aquino, aquella cabeza tan bien amueblada que llegó a abarcar y compendiar para general asombro, todo lo concerniente a lo teológico, quien puso definitivamente nombre a los siete pecados capitales, -así llamados por ser origen de muchos otros- y a las virtudes que los compensan y superan.

Con ello, dió la máxima popularidad a estos vicios de la carne y de la mente, que ya habían sido detectados por San Gregorio Magno, Papa, unos siglos antes, convirtiéndolos en una referencia central para caracterizar a las malas personas de este mundo.

Nada viene a empañar esta idea que muy recientemente, el periódico L´Observatore Romano haya pretendido añadir algunos pecados más -relativos a la conservación del ambiente y al consumo de drogas, entre otros- que, sin duda, no están a la altura de lo pretendido por los verdaderos Padres de la Iglesia cristiana.

El asunto nos atrae hoy, habida cuenta del desconcierto imperante en nuestra sociedad respecto a lo que es bueno o malo y cómo graduarlo. Las legislaciones vigentes en los diferentes países -incluso o especialmente en los democráticos- no contienen líneas de acuerdo.

En unas se considera muy grave apropiarse de los bienes de una empresa falsificando la contabilidad y en otros, ni se menciona. Por momentos, resulta que se concentra una buena parte de la actividad punitiva de los Tribunales penales en castigar duramente a quien da una bofetada a su cónyuge, y en otros casos y hay latitudes en las que se mata con todas las de la Ley a quien haya echado una canita al aire y hubiera sido descubierto (tampoco sabríamos precisar si por lo primero o por lo segundo).

Hemos intentado hacer una clasificación de estos pecados, de más grave a menos grave, de acuerdo con la percepción actual del reproche ético, matizado con el número de las personas a quienes -teóricamente- puede afectar el que un individuo esté poseído, como característica mayor de su personalidad, por uno de esos demonios del comportamiento.

Para explicarnos: Siendo la envidia más grave que, pongamos por caso, la pereza (así nos parece), una persona-tipo puede envidiar, a lo largo de su vida (afectándolos, pues, sobre todo, si hace lo posible por ponerles alguna zancadilla además de autoprovocarse una úlcera de estómago en casos muy graves) a unas 100 personas. Con su pereza, por el contrario, el más afectado será él mismo y, en condiciones extremas, los 4 miembros que compongan su familia más directa.

Un lujurioso (sin que sea posible distinguir aquí, en este análisis somero, por ejemplo, entre los que acumulan páginas pedófilas, se gastan el salario en casas de lenocinio o son habituales de peep-shows -si es que queda alguno-), en promedio, puede afectar, negativamente (no podemos olvidar que el sexo es un negocio floreciente en nuestra obtusa incivilización) a unas 2 o 3 personas.

Y así siguiendo, y aplicando los índices de ponderación correspondientes, hemos llegado a esta clasificación de los pecados capitales: avaricia, orgullo, envidia, pereza, lujuria, ira y gula. Las explicaciones, en caso de ser requeridas, pueden ser objeto de una tesis doctoral.

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