Sobre el agotamiento de la noosfera
Podíamos expresarlo quizá mejor de otra manera, aunque esta sirve para empezar el diálogo.
Si la noosfera es la tercera fase de un proceso evolutivo del cosmos que tiene por antecedentes las transformaciones geológica y biólogica, y en la que formas evolucionadas de algunos seres vivos son capaces de actuar sobre él con independencia de las leyes biofísicoquímicas, o sea, conscientemente, puede ser que estemos vislumbrando el final de la película.
¿El progreso de la evolución significaría volver a empezar, o salirnos del cine?. Algunos llevan tiempo preguntándose lo que hay detrás de esta maquinaria, si Dios (o dioses) o azar; si casualidades o causalidad, en definitiva.
Puede que el lector, sobre todo si está ilustrado en las teorías de Teilhard de Chardin (versión cristiana) o de Vernadsky (rama neomarxista) sobre la noosfera, se incomode porque se trate de forma irreverente una de las teorías más atractivas de las que tratan de explicar lo que los humanos hacemos aquí, metidos entre materia y energía.
Obviamente, eso implica haber superado la preocupación, considerándola minucia, por llevarse algo a la boca o a alguien al catre; lo que también puede significar que, antes, se han resuelto ambas cuestiones, pues sospechamos que todos los que pueden dedicarle tiempo a pensar, tienen sustento y compañía.
Volvamos, pues, al centro. Hay un elemento que merece la pena analizar, a raiz de la potenciación de las interrelaciones entre seres con consciencia que han supuesto las telecomunicaciones.
Esperamos no ser considerados demasiado simples recordando que en los orígenes de la consciencia, era la comunicación. El trasvase de información de una generación a la siguiente, superando la simple traslación por lo que llamamos instinto, es la clave para avanzar en la profundización de la consciencia; empezando por el hecho más elemental de trasferir a otros el hallazgo, convertido en drama individual, de que somos finitos, de que moriremos sin remedio.
Inicialmente para trasladar conocimientos, se confiaba en la memoria, y la transmisión era básicamente oral, aunque no descartamos que se incorporaran rápidamente algunos signos; concretos mementos, recuerdos de respeto, monumentos para ensalzar los descubrimientos que se habían realizado: monolitos, señalamiento de lugares sagrados, indicaciones acerca de donde podría encontrarse alimentos o se hubieran detectado peligros o señales misteriosas.
Puede que la principal transmisión de saber hacer estuviera relacionada con la correcta selección de los elementos para cobijo y protección contra las inclemencias y enemigos, con la indicación de los productos biológicos que fueran sanos o venenosos, y, muy pronto, con la fantasía: las fórmulas para conjurar peligros, los encantamentos, las supuestas señales de los dioses, las elucubraciones, seguramente mentirosas, mentiras convertidas en verdades, incrustadas en el conocimiento de lo que realmente era útil...
¿Cómo distinguir lo cierto de lo incierto, al fin y al cabo? ¿Por sus efectos positivos o por las hipotéticas consecuencias negativas del incumplimiento de la norma sobrevenida? La introducción de la probabilidad fue, en este contexto, un gran hallazgo, porque permitió expresar que nunca estaríamos plenamente seguros de conocerlo todo de forma absoluta.
Dando un salto en el tiempo, la imprenta facilitó enormemente la comunicación y, por tanto, la interacción, pero quedó rápidamente disociada en dos líneas con pocos puntos de unión: la información que servía para transmitir conocimientos -cada vez más sofisticados-, o la que permitía al lector avivar su imaginación, transmitiendo emociones.
Vamos a llegar al final de esta elucubración, obviando pasos y razonamientos intermedios. En la etapa actual, la preocupación por trasmitir la información ha quedado muy relegada ante la posibilidad de dejarla documentada. En los centros de enseñanza hay cada vez menos interés por justificar la forma de llegar al saber, trasladando solo los resultados: reglas nemotécnicas, ábacos, gráficos, conclusiones a cuya justificación no se llega, sino que se impone; no se enfaden los profes, pero es muy posible que ellos mismos también sepan (relativamente) menos, tengan más carencias para entender lo que enseñan: han perdido credibilidad, pues.
Tampoco es ya posible, salvo para algunos privilegiados, entender ni siquiera una pequeña parte de lo que se conoce. ¡Es tan vasto el conocimiento que habría que transmitir! ¡Hay tantas teorías!.
En cambio, la posibilidad de transferir emociones ha quedado potenciada hasta límites que no resultaban imaginables. Se puede jugar, hacer el amor, viajar, interactuar, con otros seres como se desee, de un forma virtual.
Ni siquiera hace falta conocer su verdadera identidad; incluso el número de identidades virtuales puede ser muy superior al de las reales, generando un sin fin de personalidades, cuyo sostenimiento, en las líneas de lo que llamamos carácter y en lo que consideramos soporte curricular, solo depende de la imaginación inividual. Podemos disponer de cuantos avatares queramos, con la única dependencia del tiempo que les podamos dedicar. Ah, pero también podemos construir un generador aleatorio de personalidades ficticias, y poblar con ellas el mundo imaginario...
Pues bien. Se hace cada vez más complejo y difícil conocer, incluso para nosotros mismos, la verdadera personalidad que se esconde detrás de esta paranerfalia de elementos para la comunicación de trivialidades. No sabemos, con frecuencia, si lo que estamos sintiendo es propio de nuestra vivencia real o de lo que hemos volcado en el escenario virtual, engañando, no solo a los que interactúan con esos yos que hemos creado, sino a nosotros mismos.
La ebriedad que provoca esta opción con tintes maquiavélicos parece que nos ha hecho olvidar que lo más importante de la noosfera era el conocimiento transformador que podíamos ejercer sobre la materia y los demás seres vivios. Ahora, aunque una parte muy reducida de la Humanidad -en general, ni siquiera individuos, sino más bien, corporaciones- tiene la capacidad para realizar transformaciones importantes, la mayoría no saben cómo hacerlo y, por los síntomas, tampoco les importa cómo lograrlo. Viven solo para el disfrute, para las sensaciones.
Con una fundamental diferencia: hasta hace pocos años, quienes quisieran y pudieran, estaban en condiciones de ponerse al tanto de lo sustancial del conocimiento en una generación. Ahora, eso ya no es posible.
La noosfera está dando paso aceleradamente a la ignorosfera, cuyas bases constructivas no se encuentran en el interés por conocer cómo, sino en la terrible dependencia de disfrutar de, sin importar la forma en que esa sensación se origina ni quién o para qué la provoca.
11 comentarios
Administrador -
No puedo estar, sin embargo, de acuerdo, en cuanto a esa capacidad para aprendizaje colectivo que atribuyes a una especie. Para la especie humana carece de apoyo empírico alguno y, desde luego, en el caso de los conocimientos complejos -no ya los técnicos, sino los de cualquier naturaleza- no pueden aprenderse por inmersión ni impregnación (desgraciadamente). Como ya escribí en otros artículos, lo que me temo es que vamos camino de una disociación brutal de la especie humana: en un lado están los que saben cómo controlar los conocimientos sustanciales y en otro, los que solo pueden disfrutar de ellos, si los primeros les dejan o si pueden pagárselo.
Interesante tema de discusión, en todo caso.
Arnoldo Montero Paris -
Antonio Fumero -
:)
Administrador -
A tu primera observación, no toda la información sobre Plotino, está en la Wikipedia; en todo caso, yo me refería subliminalmente a la propuesta de creación de una ciudad ideal que formuló, basada en la República, de Platón.
A tu segunda observación, no tengo más respuesta que mi intento de separar el blog que creé primero,-y que alimento con reflexiones más personales- de este segundo, -en el que escribo en plural mayestático-, en el que acabé sintiéndome más a gusto, y para el que había concebido la posibilidad de tener "varios Administradores". Pero si con ello te sientes capaz de dar la vuelta al Universo vigente, doy por cumplidos ampliamente cualesquiera objetivos.
Antonio Fumero -
Antonio Fumero -
Administrador -
Tampoco quiero dejar sin sacar punta al comentario de Esteban, aunque no vaya dedicado a lo que yo escribí, si bien lo anotó en "mi" pared: Me gusta más la ignorosfera que la ignosfera, que me recuerda algo al fuego eterno con que nos siguen amenazando desde algunos púlpitos a los que no somos capaces de creer en casi nada, a pesar de lo que se esfuerzan en convencernos.
Antonio Fumero -
Podemos apelar al abuelo Morin,
La méthode: 3. La connaissance de la connaissance. Edgar Morin. Editions du Seuil. Collection Essais Points. ISBN: 2-02-014440-9 (1986)
que es jodido de leer hasta en español; o simplemente a las movidas teológicas de Cardin y toda la peña para argumentar alrededor de la naturaleza inagotable de la noosfera que nos situaría en el quinto nivel de Alfonseca, donde ya va a dar igual si optamos por la tecnosfera, la birrosfera, la blogosfera, la NETosfera, o la tontosfera, básicamente porque seremos tan inmateriales que no necesitaremos ni energía :D
Aunque no lo parece, este discurso gana mucho con unas cervezas y unos amigos.
Esteban -
Administrador -
Gracias por leerme, Antonio. Anima saber que hay personas inteligentes que están interesadas en lo que uno quiere comunicar. Un abrazo,
Antonio Fumero -
De lor, de la bière, dla baston, des femmes à foison; Ah, cest-y pas beau, la vie de mercenaire?
:)