De sátrapas, revolucionarios y otros intereses en los países árabes
La importancia y repercusión de lo que está pasando en los países árabes no pueden ni minimizarse ni dejar de situarse en su contexto. Un tejido de elementos culturales -entre los que se incluye la adaptación de la religión cristiana a la estructura tribal de sus poblaciones- y un escenario consistente de hacer valer sus propios intereses económicos por encima de las necesidades locales, por parte de los Estados europeos y, más recientemente, del gran vecino norteamericano.
Los niños y adolescentes occidentales (cuando nos hacían estudiar geografía e historia mundial) habíamos aprendido acerca del trazado convencional de las fronteras de los Estados africanos, surgidos, primero de una colonización genuinamente explotadora, y continuada con el reparto de territorio sin contar con la población autóctona.
Una visión utilitarista de la geopolítica cuya "obra bien hecha" se culminó cuando soplaron vientos que aconsejaban conceder la independencia formal y se comprobó que los bastiones aseguraban el negocio.
Las claves de la operación se sustentaban en la complacencia -cómplice- hacia unos caudillos locales que se enriquecían sin escrúpulos cambiando los recursos de los territorios en los que gobernaban como señores feudales, por divisas que acumulaban en cuentas a su nombre y el de los suyos en entidades financieras extranjeras.
Se podrán realizar cuantos matices se desean a una afirmación aparentemente tan trivial, pero la religión islámica, y sus dos mayores consecuencias sociales -la marginación de la mujer y la subordinación de los jóvenes al dictado de los varones mayores, ordenados en castas- resultaban ser los elementos claves para entender tanto el mantenimiento del terrible retraso de los países árabes después de su independencia, como su incapacidad para organizar agrupaciones que se rigieran por principios democráticos.
Primaban los principios de subordinación al poder eclesiástico y civil (no pocas veces, confundidos) y la creencia en la conexión entre la vida terrena y la sobrenatural, que premiaría definitivamente los sacrificios a que obligaba una fe sin condiciones.
(seguirá en otro Comentario)
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