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Al Socaire de El blog de Angel Arias

En pie de guerra

Tal vez la desmesurada preocupación por lo que nos puede pasar a nosotros, los mustélidos occidentales, si nos llegara alguna nube cargada radioactivamente procedente de lo que se les haya escapado a los cíclopes japones, nos ha impedido reconocer que estamos en guerra.

El enemigo al que hemos declarado hostilidades se llama Al Gadafi, dice ser coronel, y nuestra inmensa tolerancia con quienes nos proporcionan materias primas a cambio de armas, lo había convertido en uno de nuestros amigos oficiales (besos y abrazos bajo la jaima incluídos), hasta que la vergüenza no nos permitió seguir torciendo la vista hacia otro lado.

Lo cierto es que estar en guerra, en una guerra que tenemos muchas posibilidades de ganar, viene muy requetebien a nuestros dirigentes, cuya mayor obsesión es darnos continuamente de comer con alguna noticia -circo próximo, catástrofe o cataclismo lejanos- que alivie la terrible tensión puesta sobre sus cogotes por la incapacidad -ya proverbial- para solucionar los problemas próximos e inmediatos.

Quizá el problema que nos creará esta guerra con el ex-amigo libio es que generará desconfianza respecto a la idea de amistad que utilizamos en los negocios y, esto ya como segunda derivada, que aumentará un poco más nuestro nivel de inseguridad global, lo que nos obligará a incrementar las medidas -más o menos chorras- con los que pretendemos convencer al personal que les protegemos de ataques suicidas, locos fanáticos, bombas caseras copiadas de internet o mercenarios hambrientos surgidos de las catacumbas de algún país misérrimo.

Sería interesante que nuestros dirigentes, que parecen dispuestos a revisar muchas cosas (desconocemos exactamente con qué medios intelectuales, morales y económicos), dieran un repaso también a las labores de la diplomacia internacional.

Porque si la diplomacia consiste en menospreciar a un país amigo, técnicamente mucho mejor dotado que la inmensa mayoría de quienes lo juzgan, indicando que revisamos sistemáticamente sus informaciones sobre una desgracia natural complicada con un accidente imprevisible, de las que están saliendo a flote como jabatos, poniéndoles índices de gravedad más altos de los que ellos nos proporcionan, e invitando a nuestros nacionales a que se escapen del país por la vía rápida, sería imprescindible llamar a un cursillo de educación internacional a nuestros funcionarios.

Y, con otro ejemplo, si la diplomacia consiste en ignorar lo que sucede en un país vecino, a cuyos dirigentes -evidentemente, sátrapas, corruptos, inmorales- venimos aplaudiendo durante décadas, para llevarnos la mano a la cabeza o al bolsillo cuando las poblaciones cuya opresión hemos consentido se alzan a montones, dudando en si ponernos del lado del opresor o de la multitud, sería también muy conveniente, realizar algunos trabajos de campo sobre comportamientos y análisis en el contexto internacional.

Pero, ahora, lo que más debe ocuparnos, es que estamos en pie de guerra, y en el horizonte se vuelve a dibujar una gran incógnita sobre cómo manejaremos una invasión en un país desconocido, del que no sabemos, ni nos ha interesado saber, lo que piensa la mayoría de sus habitantes; solo nos había preocupado darles armas para que se entrenaran disparando a las palmeras de sus desiertos, y ahora tienen blancos móviles, y humanos.

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