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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el estertor final de los colegios profesionales

Las contradicciones internas sobre las que se habían asentado los Colegios profesionales españoles, su indudable concepción elitista, retrógada (cuando no reaccionaria) y su general ineficacia -vista desde dentro como desde fuera- han estallado en fuegos de artificio, como consecuencia del proyecto de Ley de Servicios Profesionales y la eliminación prevista, tanto de la colegiación como del visado de proyectos obligatorios.

Nuestro país sostiene multitud de instituciones obsoletas, inútiles o, al menos, altamente ineficaces por sus resultados, pero cuya existencia es imprescindible para fundamentar la democracia. Es decir: funcionan mal, pero es básico conseguir que funcionen bien.

Puede aplicarse esta desoladora apreciación a organizaciones muy dispares: se puede afirmar de los ateneos, de las cámaras, de los círculos militares, de los clubes sociales -entre miles de rancias agrupaciones surgidas de las pretensiones elitistas de una parte de la sociedad- y, si no se tienen tapujos ni se desean medias tintas, también vale para calificar a sindicatos, a las academias, a los claustros, y a todo tipo de organizaciones profesionales.

Los Colegios profesionales vivieron una magnífica existencia, desde su fundación, al abrigo de unas cuotas de afiliación que permitían una base de ingresos saneada a la que se añadían, por la vía de los visados de proyectos, más dineros, particularmente, en los Colegios de las profesiones ingenieriles.

Durante mucho tiempo (en realidad, hasta hace muy poco), fueron organizaciones opacas, lo que facilitó conferirles la sospecha de que conformaban una especie de cueva misteriosa en la que se movían personajes auto-encumbrados en títulos pomposos como decano, tesorero, secretario o vocal de sus Juntas, de los que no se sabía bien cómo habían sido elegidos para esos cargos y con qué competencias.

Esos guardianes del centeno, magos de su tribu a los que nadie osaba alzar la voz, justificaban su existencia reuniéndose de vez en cuando para decidir sobre delicadas cuestiones que, por lo general, no interesaban a nadie, y que servían de pretexto para celebrar alguna comida o dar oportunidad para una francachela.

Tiene razón, por lo demás, el redactor imbuído de furibundo odio anticolegial de esa Nota, surgida al parecer de los recovecos del Ministerio de Industria, en la que se critica que los Colegios profesionales crean demasiada litigiosidad en su disputa por las competencias. Sus estructuras parecen haber sido incapaces de advertir que el mundo ha evolucionado hacia la libre competencia y siguen pretendiendo estar mejor cualificados que el vecino para poder pontificar sobre cualquier materia nueva que aparezca en el mercado del trabajo.

Tienen razón, en fin, quienes opinan que las estructuras de los colegios están aún plagadas de nichos de ineficacia, en la que se aposentan individuos de edades demasiado provectas y que piensan, más que en el colectivo, en organizar viajes y comidas con los dineros recaudados y, llamándose a la cara queridos amigos y compañeros, no dudarían en acuchillarse al darse la espalda.

Pero sería muy burdo y torpe, y sectario, quedarse solo ahí. Porque los Colegios profesionales, también estaban inmersos en una renovación desde abajo que estaba consiguiendo abrir puertas y ventanas a la transparencia y demostrando una creciente sensibilidad e indentidad con la sociedad civil.

Con equipos directivos escalonadamente renovados, y bajo la presión de los nuevos titulados y la necesidad de presentar una cara diferente ante la sociedad y ante los demás Colegios, estaban avanzando en una trayectoria muy atractiva de modernización.

Todo esto puede verse cortado de cuajo, vertiendo sobre esas estructuras lo más turbio del clasismo aún imperante en nuestra sociedad. Un clasismo a la inversa, cutre, que desprecia el mérito y el valor, y que iguala a todos en la miseria.

Los Colegios profesionales deben reaccionar, y las línes básicas de actuación no pueden ser más que éstas: Primero, dejando claro ante la sociedad, cuáles son sus funciones, valores y méritos; después, democratizándose y haciéndose transparentes; y, en fin, eliminando rencillas corporativistas, para agruparse en la defensa del trabajo bien hecho, independientemente de lo que el profesional pueda acreditar académicamente.

Esto les debería llevar a instaurar modelos y normas de valoración de currícula y proyectos, que implicaran mucho más que poner un sello encima de un legajo o pretender que, por haber ido juntos a la Universidad o a una Politécnica, ya somos todos, además de amigos, igual de competentes.

Se puede desarrollar, y conviene, la idea con más detalle, pero así queda esbozada: Dentro de cada Colegio profesional, abórtese toda lucha por el oropel del poder, elévese la tecnificación de las infraestructuras, simplifíquense, y elimínense de Juntas y órganos de decisión a los reaccionarios y los preocupados por mantener prebendas a las que no tienen derecho alguno.

Fuera de cada Colegio, tómense los dirigentes el esfuerzo de presentar claramente a la sociedad para qué sirven, sin palabras pomposas ni medias verdades: porque lo que espera la sociedad es que, en efecto, garanticen la profesionalidad, certifiquen la calidad de los trabajos y ayuden a mejorar la formación de sus miembros, sirviendo de conexión eficaz entre las demandas de la sociedad y esa otra institución, necesitada igualmente de una buena refriega, que seguimos llamando Universidad y se ha hecho cada vez más limitada de miras.

4 comentarios

Elvira Carreño -

Eliminemos el visado y saldrá infinitamente más barato los proyectos a los consumidores

Administrador -

He recibido por este Comentario (y otros en los que expuse mi opinión sobre los Colegios profesionales), inusual cantidad de felicitaciones y plácemes.
Lo agradezco. Y también invito a todo el colectivo de ingenieros a expresarse, saliendo de los caparazones en donde se refugia la apatía. El momento es delicado, pero, por ello mismo, vital. Tenemos que defender a los Colegios. No argumentando desde lo poco que hacen o lo que dicen hacer y no han hecho nunca, sino de lo que pueden y deben hacer y, sobre todo, desde la voluntad de cambiar definitivamente, en beneficio de la profesión y de la sociedad, comportamientos oscurantistas que han servido para muy poco.

Javier -

Acertadísima exposición. Los Colegios han sembrado su futuro durante años.

Luis Rull -

Se te olvida uno de los aspectos más importantes de algunos Colegios Profesionales: los privilegios o monopolios que ejercen sobre determinadas acciones.

Por ejemplo: El colegio de farmaceúticos no tiene ni la misma influencia ni poder ni funicionamiento que el de, digamos, ingenieros informáticos.

Creo que tienen un gran papel como portavoces de la sociedad civil, pero deben quitarse el tufo franquista de sus privilegios.