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Al Socaire de El blog de Angel Arias

En los terrenos del dragón: las profesiones en la UE

En un Informe de enero de 2011 realizado por la Dirección General del Mercado Interno y los Servicios de la Unión Europea, dedicado a repasar la Directiva de Cualificaciones Profesionales, (2005/36CE) se recogen datos para analizar una triste realidad:el Mercado Único de los profesionales, ese que supondría la plasmación de la libre circulación de personas por el territorio de la UE, no funciona.

Existen en los 27 Estados miembros más de 4.700 profesiones que los autores del Informe agruparon en 800 categorías. De entre ellas, 220, por lo menos, solo tienen regulación en un Estado, "lo que significa que los criterios que sirven para regular la profesión no son compartidos por ningún otro". En 400 categórías profesionales no ha habido ninguna movilidad profesional de un Estado a otro en los últimos 30 años.

La movilidad es muy escasa en la Unión. En 2009, solo el 2,4% de la población europea (12,5 millones de un total de casi 500) vivían en un Estado miembro diferente al de su nacionalidad. Y mucho más claro: en los últimos 30 años, solamente 200.000 ciudadanos sacaron partido a la posibilidad de ver reconocidas sus cualificaciones profesionales en un país distinto a aquel en el que habían obtenido el título.

Con estas premisas, resulta especialmente inconsistente que en España nos hayamos puesto a renovar, para empeorarlas, las trayectorias académicas de las ingenierías. Se ha generado un caos infumable, que no conducirá, en absoluto, a facilitar la colocación de los técnicos españoles en el extranjero, sino que disminuirá su cualificación, desorientará a los empleadores potenciales y generará confusión respecto al camino a seguir por los propios educandos.

No teníamos un mal sistema educativo para la ingeniería superior. Muy al contrario: era reconocida como de alta cualificación en el panorama internacional y proporcionaba muchas satisfacciones a los titulados, además de proporcionar confianza a los empleadores y facilitar (no en último lugar) el deseado objetivo de la cualificación continua, por proporcionar una base ancha muy aceptable.

No había tampoco nada que objetar a la coexistencia de las titulaciones técnicas superiores (haciendo abstracción de la petulancia del nombre) con las intermedias.

Las profesiones de facultativo, ingeniero técnico, aparejador o ayudante de obras públicas, tenían un alto reconocimiento en el mercado laboral y proporcionaban el necesario enlace entre los mandos de mayor nivel y los operarios. Tampoco sorprendía -nuevamente, al contrario- que algunos suplieran con experiencia y dedicación la falta de estudios básicos.

El país necesita buenos técnicos, ingenieros con conocimientos profundos y capaces de adaptarse a un mundo cuyos conocimientos crecen exponencialmente y son, cada vez, más complejos.

Qué lástima que las prisas, la ignorancia, el no escuchar a los sensatos, el deseo servil de cumplir con malinterpretadas directrices burocráticas emanadas de Bruselas e impulsadas por intenciones políticas ajenas (nunca claramente explicitadas), nos estén haciendo perder, seguramente de forma irreversible, el tren tras el que corremos pretendiendo llevar el billete en orden, cuando lo que llevamos en las manos son las maletas de viaje de los que se han asentado en primera clase...

Y es especialmente lamentable que, desde algunos sectores de las ingenierías intermedias, manipulando información y añadiendo peculiares dosis de personales resentimientos y fatuas presunciones de lo que no se tiene, se quiera hacer ver al resto de la sociedad que todo vale: que los ingenieros de grado sirven para lo mismo (¡o más!) que los ahora llamados de máster, que no hay que saber mucho para entender de todo, que la experiencia suple lo que no da ni Salamanca ni natura.

El dragón que se alimenta de nuestros despropósitos sonríe satisfecho.

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