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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la celebración del 24-F

En 1981, hace 30 años, un 23 de febrero, cuando muchos españoles habían terminado la jornada laboral, un grupo de militares irrumpió en el Congreso de los Diputados, mientras se celebraba un segunda votación para la investidura del ingeniero de caminos Calvo-Sotelo como Presidente, tras la dimisión de Adolfo Suárez, que afirmó que, con su presencia en el Gobierno, no quería ser causa de una nueva guerra civil.

Quienes éramos ya adultos en esa fecha tenemos nuestro propio recuerdo de lo mal que lo pasamos. Había aún mucho miedo en España, porque vivíamos bajo la certeza de que muchos mandos militares y una parte significativa de la población civil no deseaban libertades.

Se asociaba en muchos foros libertad al libertinaje: y libertad tenía muchos caminos para manifestarse: libertad de expresión, de culto, de desplazamiento, de empresa, de enseñanza, ... Libertad para expresarse como comunista, como homosexual, como pacifista, como sindicalista, como contrario al servicio militar obligatorio, como favorable a las autonomías o a la libre determinación, o declararse defensor del aborto terapéutico, de la eutanasia pasiva o de la inocencia del cuerpo humano desnudo...

Libertades que se demandaban que eran, algunas, tan pequeñas como poder besar a la persona que amabas en la calle, sin que nadie te sacara una tarjeta roja por desvergonzado; o protestar por una injusta nota ante el profesor de la asignatura, o acudir a la justicia porque no se deseaba aguantar el mobbing o las pretensiones sexuales del jefecillo de turno.

Había tanto miedo que quienes estábamos en aquel momento en el extranjero recibimos llamadas angustiadas para que elimináramos papeles comprometedores, sin que supiéramos exactamente qué podía significar eso, y todo nos pareció, de pronto, peligroso, delicado, valioso. Había tanto miedo que no fueron pocos los que se tiraron al monte, abandonaron sus casas, cruzaron la frontera o se hicieron transparentes.

El país estaba tan inerme que, salvo unos pocos videntes que habían copiado lo mejor de otros textos sagrados, aún no sabíamos (ni muy bien ni muy mal) para qué servía la Constitución que se había aprobado en 1976, y el Estado de derecho era tan frágil, tan inexperto, que no había protocolos de actuaciones en emergencias (y menos en intentos de golpes de Estado), y algunas embajadas y consulados se enteraron de que estaba ocurriendo algo en España cuando los españoles a los que nos habían alertado nuestros amigos en la metrópoli llamamos para saber qué podíamos hacer.

Fue una mala noche, la de aquel 23 al 24 F, con las personas que representaban aire fresco para salir de décadas de dictadura, encerradas en el hemiciclo, sintiendo o presintiendo que su miedo -heroísmos posteriores aparte- era como el nuestro, seguramente superior.

Hemos dicho muchas veces posteriormente que el discurso de SM El Rey nos tranquilizó a todos. No entonces, desde luego. No en ese momento en que nos pareció que aquel hombre, al que asociábamos a las estructuras del franquismo, un "Juan Carlos Primero el Brevísimo" que ya llevaba unos cuantos años aguantando tarascadas como personaje simbólico, se estaba jugando la vida al descolgarse de un golpe al que habríamos podido llegar a jurar que había consentido.

Lo que más cambió aquella noche, para muchos, especialmente para los que no nos sentíamos especialmente monárquicos, fue algo que no podemos olvidar: Teníamos Jefe de Estado. Y otras cosas: había que reformar las fuerzas armadas, consolidar la democracia, preparar protocolos de emergencia, realizar un intenso trabajo que se nos había puesto de manifiesto por delante, con la alegría de saber que éramos mayoría, inmensa mayoría.

Perdónesenos que no celebremos nada por el recuerdo de esa noche que pasamos en vela. Queda tanto todavía por hacer y hay aún algunas sombras...

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