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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la burbuja inmobiliaria y otras razones del mercado

En el sector inmobiliario español, hay muchas personas que se sienten como si les hubieran dado una bofetada en noche oscura para robarles la cartera y, además, se hubieran distribuído unos pasquines con su pálido rostro bajo el letrero de Se Busca.

La historia es conocida. La facilidad crediticia para comprar una vivienda, en la que eficientes bancarios te hacían sentir en un santiamén el rey del mambo sin más que presentar una nómina y el objeto inmobiliario de tus sueños, animó a muchos que vivían de alquiler a sentirse en casa propia.

Por añadidura, serios y dilectos individuos, impuestos por el Banco que te iba a adelantar el dinero, y que te cobraban una pasta por hacer que te miraban el piso y aplicarle unos baremos, tranquilizaban (se supone) a la entidad prestataria y a tí mismo, de que las cosas estaban atadas y bien atadas y de que la valoración que servía de base para el crédito era tan sólida como los cimientos de lo que te proponías comprar.

Paralelamente, señoras y señores del Gobierno, pertrechados (suponíamos) tras un profundo conocimiento de la realidad del país y sus necesidades, ilustraban a propios y extraños sobre el déficit de construcción de unas 700.000 viviendas. Incluso se atrevían, para que nadie se sintiera defraudado, a definir módulos mínimos habitables, para familias monoparentales.

Florecían permisos de habitabilidad, se perfeccionaban leyes del suelo y se multiplicaban planes de ordenación urbana e inversiones en ciudades jardín y polígonos y ciudades dormitorio. Todo, en fin, cuanto ayudaba a la construcción del estado de bienestar y a proporcionar tranquilidad de que el mundo estaba en orden.

Se nos quiere ahora convencer de que ha sido nuestra avidez, nuestro asqueroso afán especulativo, los que nos han llevado a encontrarnos con que el piso que habitamos, y que estábamos adquiriendo en plazos trabajosos que en este momento -suponemos que circusntancialmente- muchos no pueden pagar (ellos o su pareja, o ambos, han perdido su empleo), niéguese la mayor.

Niéguese, además, la pertinencia, de y que, para más inri, tengan que asumir esos compradores ultrajados por parte de aquellos en quienes confiaron para empeñarse hasta las cejas, que el mercado es variable como la dona del Rigoletto. No pueden creerse, y con razón, que quienes les dicen que lo que poseen ha bajado  brutalmente de precio, sean los mismos tasadores que, de nuevo de la mano de los Bancos prestatarios, vuelven a verlo con otros ojos, y, tan profesionales como antaño, lo valoran a la mitad de lo que calcularon hace apenas tres años.

Pues bien: la situación debiera ser mucho mejor explicada. No se eche la culpa al mercado inmobiliario, porque estamos hablando de un bien sustancial que no se rige, o no se debiera regir, por las reglas del mercado libre.

Ante todo, ayúdesenos a la ciudadanía, dejando claro que los compradores de pisos gracias a hipotecas alegremente concedidas por entidades financieras, han sido engañados.

Ellos no tienen ninguna influencia sobre el mercado. Necesitaban un piso para vivir en él, y no se hubieran decidido a adquirirlo en propiedad jamás, si esos asesores que no lo eran suyos, sino del Banco, no les hubieran construído puente de plata para ello.

Tampoco pueden entender (cómo van a hacerlo!) que los precios hayan caído de la noche a la mañana. Por una parte, porque se supone que los costes de construcción de la vivienda, no han bajado: son, si no se entiende mal, la suma del coste del terreno (vinculado a la existencia de un Plan de Ordenación Urbana y a la existencia de servicios públicos), con la de los materiales y mano de obra, más el razonable beneficio del constructor.

¿Qué ha bajado, de esa cadena de valor? ¿La mano de obra? ¿El precio de terreno? ¿Los materiales? ¿El beneficio del constructor?.

No creemos que ninguna de esos factores haya tenido una disminución significativa. Ha aumentado, solamente, la presión sobre los que tienen pisos y no pueden pagarlos.

Una razón de mercado, pues, muy miserable: exprimir a los más pobres, para hacerse a bajo precio con lo que poseen, y cuya insuficiente propiedad han pretendido ir adquiriendo, guiados por una luz que, manejada al antojo de intereses más poderosos, se ha convertido en espejismo.

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