Ante el cambio del panorama político en el Makreb
La situación del Magreb (Argelia, Marruecos y Túnez) siempre se trató de diferenciar de la del Makreb (Libia y Egipto), y no faltaban argumentos, figurando entre ellos los barnices culturales y la formación jurídica administrativa, así como los enlaces comerciales y políticos que cada zona mantenía con los países que los colonizaron y, en disparo por elevación, con el gran padre norteamericano.
Ha sorprendido a los analistas europeos la corriente revolucionaria que se ha formado en este final de enero de 2011, con inusitada rapidez, en los países que gozaban de una apariencia de estabilidad política y, en especial, de una aceptable vía de modernización, basada, sobre todo, en la calidad de la formación universitaria que se estaba impartiendo en los centros oficiales y en su relación con los estamentos europeos.
En Túnez, la salida del presidente Ben Ali, después de 23 años de gobierno autoritario, condescendientemente apoyado por la Unión Europea, al verse acusado de corrupción y objetivo directo de un súbito descontento popular, ha generado una gran incertidumbre en el país, que no será fácil de controlar por el presidente interino, Mohamed Ghanuchi, forzado a construir un gobierno de coalición para evitar que la revuelta se convierta en una guerra civil.
La situación en Egipto no parece muy distinta, por más que el presidente Hosni Bubarak -también con 30 años de poder dictatorial a sus espaldas- se encuentre apalancado de momento en la fidelidad -frágil- del Ejército, sometido a presiones por parte de los muchos generales que están ocupando puestos relevantes en el Gobierno. Es posible que su salida del país esté relacionado con la salida personal que le ofrezcan sus aliados políticos, los Estados Unidos y la Unión Europea, preocupados éstos porque el país no se vea controlado, al caer Bubarak, por los partidos fundamentalistas.
Un momento, pues, muy delicado, para el Norte de Africa, y habrá que estar atento a la formación de gobiernos de coalición que sigan contando con el beneplácito de las potencias occidentales y, por tanto, mantengan el estado de contención a los intereses del fundamentalisto islámico.
La salida negociada a la crisis parece mucho más problemática en Egipto, por la ausencia de una oposición organizada y por el riesgo ya manifestado de que la marea revolucionaria alcance al vecino Sudán, país ficticio que está a punto de segregarse en dos, lo que reabriría otro foco de inestabilidad en la zona.
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