Los sistemas de pensiones, como los seguros, podrían, pero no debieran, estar basados en la filosofía de la caja negra. Esa técnica, indicada para sistemas de los que no es posible analizar las interelaciones que se producen en el interior del mismo, debido a su complejidad, reduce la cuestión a estudiar simplemente las entradas y salidas a los mismos.
En términos económicos, mientras las salidas de dinero de la caja sean inferiores a las entradas, podría creerse que el asunto está controlado y que no hay de qué preocuparse.
Esta forma peculiar de actuación económica es también conocida por la "contabilidad del tendero". Mientras haya dinero en la caja registradora para pagar a los proveedores, para sostener la familia y evitar que nos corten la electricidad o nos eche el casero, puede pensarse que el negocio va bien.
No tenemos nada contra los tenderos que, además, son una especie mercantil que ya no existe, pues ha sucumbido en manos de los hipermercados, el trabajo remunerado fuera de casa de la mujer, la familia monoparental que tanto ha contribuído al boom inmobiliario y, en parte, han sido sustituídos por los colmados chinos (y bien colmados, a fe cierta).
En realidad, si las cosas se torcían, el tendero debía ser el primer interesado en que proveedores y clientes pensaran que el negocio estaba totalmente bajo control. Pero, ¿Qué sucedía si, un mal día, descubría que, además, de no poder vender ya pan y leche, porque el Gobierno lo había centralizado en Panis SA, y que los Pérez, los González y los Retuerto-de-la-Villa-Cortujedo habían desaparecido del bárrio, dejándole a pagar los últimos tres meses, la caja registradora solo acumulaba facturas?
Pues, por lo general, podía ocultar durante un par de menos lo que estaba pasando, seguir comprando mercancía como si tal cosa, en una penosa huída hacia adelante, a la espera de que el cambio no fuera estructural sino pasajero. Hasta que, después de sufrir mucho, se veía obligado a echar el cierre, y desaparecer él mismo. Su caja negra había explotado.
Menos metáforas. El gobierno tiene la información exacta de lo que está pasando en la caja negra de las pensiones de jubilación y del sistema que sostiene la Seguridad Social. Tiene los datos de las edades de la población, receptores y sostenedores de las cuotas y de las prestaciones, de su esperanza de vida, de la evolución sectorial de la creación y destrucción de puestos de trabajo, de la actividad y dinamismo empresarial, de la morosidad en el pago de las contribuciones, de los fallidos, de los destinos de los excedentes ocasionales y su rentabilidad y riesgo.
El sistema de la Seguridad Social no es una caja negra. Es el resultado consistente del conjunto de interrelaciones entre los agentes económicos y sociales, y se dispone de una información muy precisa para facilitar la toma de decisiones, basada en simulaciones coherentes, ordenadas, serias, sobre lo que sucede en el mismo al accionar de una forma y otra.
Se puede mentir respecto a lo que se percibe, ocultar lo que se sabe respecto a lo que se gasta, pretender huir hacia adelante, imaginando que la coyuntura se corregirá a corto o medio plazo. Se puede emitir más deuda pública, aumentar las prestaciones un par de meses más, mentir respecto a las reservas y su consistencia. Se puede reunir a un grupo de gentes en Toledo, en Huelva o en Galapagar, para que opinen sobre lo que les vendrá bien o mal a los que no están allí.
Se puede lanzar el globo sonda de aplazar la edad de jubilación, aumentar las cuotas empresariales, las individuales, incrementar el tiempo necesario de cotización para tener derecho a las prestaciones, reducir las pensiones o decidir que a partir de una cierta edad lo deseable para el sistema sería que los beneficiarios no lo fueran tanto.
Pero lo peor que se puede hacer es comportarse como si la caja fuera negra, y pretender que lo más salutífero es que los ciudadanos sigan creyendo que dentro de ella, todo va bien. Porque la buena Administración del Estado no consiste en ocultar información, sino en tomar las mejores decisiones en cada momento, con los datos y los recursos disponibles, para tratar de aumentar la función del bienestar: hacerlos más felices a ellos y a las generaciones futuras.
Bienestar sostenible, creemos que habría llamarlo. O sustentable, que no vamos a discutir sobre los términos, estando de acuerdo en el concepto.